sábado, 31 de mayo de 2008

DON PORFIRIO, ESPEJO DE CANARIEDAD: Álbum de fotos


Don Porfirio Toledo Toledo, durante la última entrevista 
que le hice, en La Puntilla, Arecibo (Puerto Rico).


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Conversando con otro amante de las tradiciones isleñas,
el doctor Saavedra, en Quebradillas.


Otra vez con el doctor Saavedra, camino del museo isleño de Quebradillas.


Bailando en una fiesta que los isleños de Hatillo y Arecibo 
tuvieron la amabilidad de ofrecerme durante una visita a Puerto Rico.

Jamás perdió don Porfirio en buen humor, la sonrisa, la buena voluntad,...


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DON PORFIRIO TOLEDO, PADRE DE LA CANARIEDAD EN AMÉRICA

El día 22 de mayo de 2008, después de haberse escrito este artículo se produjo la muerte de don Porfirio Toledo, en San Juan de Puerto Rico. Murió en su casa, rodeado de su familia y estuvo consciente hasta el último momento. Las manifestaciones de duelo por su fallecimiento han sido numerosas y todas coinciden en que se ha perdido, además de un hombre profundamente bueno, el principal valedor de la canariedad en el exterior. Descanse en paz.cc


La seriedad y la trascendencia de la labor cultural de
don Porfirio Toledo están lejos de cualquier duda,
pero aún queda pendiente el reconocimiento oficial.

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Don Porfirio Toledo Toledo es el Padre de la canariedad en Puerto Rico y, por extensión, en América. Y lo es porque nadie como él ha realizado tantos y tan desinteresados esfuerzos para hermanar a boricuas y canarios. Don Porfirio organiza viajes entre los dos archipiélagos, pone en contacto a familias que no se han escrito desde hace un siglo, regala libros a los ayuntamientos canarios, estudia la genealogía de quienes le acompañan desde la Isla del Encanto y les infunde amor por el archipiélago canario.



El nombre de don Porfirio Toledo Toledo es sobradamente conocido en las oficinas del Departamento de Hacienda del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Hace unos años, las autoridades fiscales puertorriqueñas decidieron realizar una auditoría a don Porfirio porque ciertas cantidades elevadas de dólares estaban pasando por sus manos sin que sus declaraciones reflejaran ganancia personal alguna. Por este motivo, un inspector se presentó en la casa que el señor Toledo tiene en San Juan de Puerto Rico. Una vez allí, le pidió explicaciones sobre los extraños movimientos de dinero que se estaban llevando a cabo en algunas cuentas bancarias.
Don Porfirio dejó que el inspector se explicara. Desde sus ochenta y tantos años, y desde sus innumerables experiencias de negocio, don Porfirio Toledo ha desarrollado una extraordinaria capacidad para escuchar los argumentos del prójimo sin interrumpir hasta que se ha expuesto el asunto. En la sala de su apartamento, a salvo del calor del verano, desde su sillón favorito, don Porfirio escuchaba atentamente al funcionario. Calzaba el anciano zapatos marrones al estilo antiguo, casi suspendidos sobre el suelo, mientras sus manos enlazadas reposaban en la elegante guayabera blanca de hilo. Sus abundantes cabellos, aún grises y peinados hacia atrás, como ha venido haciendo desde su adolescencia, prestaban a su rostro el aspecto venerable y bondadoso del hombre bueno que siempre ha sido.
Lo que el inspector había venido a decirle a don Porfirio era que el fisco estaba al corriente de que había estado organizando viajes desde Puerto Rico a las Islas Canarias, con grupos de hasta cincuenta o más personas, y que la compra de billetes de avión, la reserva de hoteles y restaurantes, etc. tendrían que haberle dejado unos beneficios económicos que no se reflejaban en sus declaraciones de la renta. Don Porfirio abrió un poco más los ojos, sonrió levemente, como siempre hace antes de comenzar a hablar, y le explicó al inspector que aquellos viajes no le dejaban ganancias, sino pérdidas. Mientras le mostraba una cuidada contabilidad de cada uno de aquellos desplazamientos, el señor Toledo le habló al burócrata de una promesa que había hecho a su esposa antes de su muerte, consistente en llevar a Canarias cuantos descendientes de canarios pudiese para darles a conocer la tierra de sus antepasados.
Los datos de don Porfirio eran contundentes: más de una vez tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para cubrir el pasaje en avión de aquellos viajeros que cruzaban el Atlántico buscando algo más que una hipotéticas raíces familiares. En el Departamento de Hacienda, el asombro fue considerable y el caso de don Porfirio ha sido ampliamente comentado durante mucho tiempo: organizar viajes turísticos para perder dinero no es una ocupación habitual.


Don Porfirio Toledo se marcó una meta en su vida:
unir a los “isleños” de ambos lados del Atlántico para que se
enriquezcan, humana y culturalmente, a través
del mutuo conocimiento.


Un hombre singular
Evidentemente, don Porfirio Toledo Toledo tampoco es una persona convencional. Hoy puede reconocérsele como el Padre de la canariedad en Puerto Rico y, sin exagerar un ápice, este nombramiento podría hacerse extensivo a toda América. Nació en la ciudad de Arecibo, situada al Norte de Puerto Rico, en el año 1922, en plena expansión de las empresas norteamericanas en la industria azucarera puertorriqueña. Vino al mundo, pues, dos décadas después de que España transfiriese la Isla del Encanto a los Estados Unidos, en el Tratado de París de 1898, y cinco años más tarde de que la Ley Jones convirtiese a los puertorriqueños en ciudadanos estadounidenses sin derecho a voto presidencial.


Don Porfirio contempla a isleños de
Puerto Rico jugando una partida de domi


Los “isleños” en América
Decir “isleño” en América es decir emigrante canario o nombrar a sus descendientes. Evidentemente, los cubanos, los puertorriqueños y los dominicanos también son isleños; no obstante, ese vocablo se usa de manera primordial referido a las personas procedentes de las lejanas Islas Canarias.
Este dato debería ser suficiente para establecer la importancia de esta emigración, no sólo en el Caribe, sino en el continente americano, desde Nueva York hasta la Patagonia. En todo este territorio, el concepto que se tiene del isleño acusa pocas variaciones: honrado, humilde y trabajador. Como bien escribió el historiador Francisco Morales Padrón, los canarios “No trajeron a América ínfulas de hidalguía y, sintiéndose coloniales ellos mismos, estaban desposeídos de la soberbia del castellano. Hombres de vida sencilla, se dieron al trabajo ora en el campo o en la ciudad sin mirar en los oficios ocupación indigna de conquistadores o pobladores.”
A pesar de la enorme influencia de la emigración canaria, pocas personas en Estados Unidos o en América Latina conocen su auténtica envergadura. Lamentablemente, la falta de estudios divulgativos en esos países y el poco interés de las instituciones canarias en establecer un área de influencia cultural fuera del archipiélago han sustentado este desconocimiento. Lo que pudiera haberse convertido en el fermento de otros intercambios, como el turístico o el comercial, ha sido desaprovechado por completo y, de momento, no existen visos de que esto vaya a cambiar a corto o medio plazo.
En el caso de Puerto Rico, la emigración canaria tuvo una importancia preeminente, tanto en el número de familias que se trasladaron a la isla durante cuatro siglos como en la proyección de la idiosincracia canaria en la puertorriqueña. Las similitudes entre puertorriqueños y canarios van mucho más allá del hecho de compartir alimentos como el gofio y el sancocho, palabras como guagua o tabaiba, costumbres como los velorios de infantes o devociones como la Virgen de Candelaria. Cada vez que un puertorriqueño se desplaza a Canarias o un canario a Puerto Rico, su primera reacción es el asombro de reconocer tantas cosas de su país de origen en el país de destino: las costumbres, el habla y hasta el puritanismo tradicional de ambos pueblos continúan corriendo de manera pareja. No creo equivocarme demasiado si afirmo que existen más vínculos comunes entre un puertorriqueño de Puerto Rico y un canario que entre aquél y un newyorican o emigrante puertorriqueño en Nueva York.

La esposa del Gobernador de Puerto Rico,
retratada por el pintor isleño José Campeche.


Isleños ilustres
Realizar un recuento en Puerto Rico de los canarios que han trascendido su tiempo, por alguna característica destacada en labores sociales políticas o culturales, no es tarea fácil, porque sus biógrafos han desposeído a muchos de su lugar de origen, como si ser canario constituyera algún agravio. A pesar de todo, en bastantes casos no es imposible seguir su rastro e incluir ejemplos que enfaticen la presencia canaria en suelo boricua. He aquí algunos ejemplos.
El isleño Francisco Bahamonde de Lugo, nacido en Canarias, fue Gobernador de Puerto Rico, entre 1545 y 1569, y constituye una honra para los canarios de todos los tiempos, porque destacó como una persona honrada a carta cabal. La relación de sus choques con la familia de Ponce de León es demasiado prolija para su relato aquí, pero baste con saber que su defensa de la justicia le llevó a perder su puesto de Gobernador. Y que acabado su período de gobierno regresó a Canarias “tan pobre, que al embarcarse le dio a la mujer de un sobrino suyo una cadena diciendo: ‘Señora, no me agradezca el darle esta cadena, que no lo hago por servirla, sino por decir con verdad que no llevo nada de Puerto Rico.” (Diego de Torres Vargas: “Descripción de la isla y la ciudad de Puerto Rico”).
Juan Fernández Franco de Medina fue otro Gobernador de Puerto Rico (1695-98), nacido en La Laguna (Tenerife). Cuando marchó a tomar posesión de su cargo, llevó consigo a cien canarios que se establecieron en la isla.
José Campeche Jordán, (San Juan, 1751-1809) es uno de los pintores más reconocido de Puerto Rico y está considerado como en fundador de la pintura nacional. María Jordán, su madre, era una emigrante canaria que se casó con un esclavo liberto. Campeche rechazó una oferta del Rey de España para ser su pintor de cámara. Destacó también como tallador en madera, organista, maestro de coros y arquitecto. Según el historiador Arturo Dávila, su obra como reformador del canto sagrado y maestro de música “tuvo un largo eco que no se extingue hasta mediados del siglo XIX.”
Romualdo Real (1880-1959), natural de las Islas Canarias, fue fundador y director del semanario “La República Española”. En compañía de sus hermanos, fundó el periódico “El Mundo” y la revista “Puerto Rico Ilustrado”. Real escribió abundantemente y sus obras completas fueron publicadas en 1965.
Uno de los personajes más curiosos que puede encontrarse entre la descendencia canaria es Juanita García Peraza (1897-1970), conocida hoy como Diosa Mita. Nació en una familia católica de Hatillo y después se hizo pentecostal. Hacia 1940, formó la Iglesia Libre, conocida actualmente como Congregación Mita, extendida por varios países latinoamericanos. Juanita García amasó un capital enorme e infinidad de fincas y edificios. Esta singular religión –cuyas creencias se basan en que la isleña Juanita era el Espíritu Santo– está en auge en Puerto Rico, lo mismo que los llamados Nuevos Movimientos, junto a grupos religiosos como los Testigos de Jehová y los mormones.
Carlos Marichal (1923-69) nació en Tenerife y murió en San Juan de Puerto Rico, donde residió definitivamente a partir de 1949. Es una figura muy reconocida por su obra pistórica, especialmente por sus plumillas. Destacó de manera excepcional en la ilustración de libros. Fue profesor de la Universidad de Puerto Rico, dirigió el grupo teatral Tinglado y ejerció de director técnico del Teatro Universitario en San Juan. Entre los muchos homenajes que continúa recibiendo, se ha instituido el “Premio Carlos Marichal para la Excelencia en Artes Gráficas” en la Universidad de Puerto Rico.
Tampoco puede olvidarse a Guillermo Sureda Arbelo, Guillermo (1912-2006), nacido en Arucas (Gran Canaria) y emigrado a Puerto Rico en 1950. Un excelente pintor, conocido como el “Chopin de la acuarela”, cuya obra fue reconocida y premiada internacionalmente. Sureda realizó numerosas portadas de discos para la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico.
Hubo más. Incluso, se podría hablar de un obispo canario, que introdujo el culto de la Virgen de Candelaria en Puerto Rico, y hasta de un capitán que fue el encargado de entregar las isla a las tropas estadounidenses, en 1898. Algún día habrá que hacer justicia histórica con los personajes relevantes surgidos de la emigración canaria, no solamente en Puerto Rico, sino en otros países americanos.
En este contexto histórico, social y religioso que hemos visto en los anteriores apartados, espacio cultural por el que todavía transitaban varios de los personajes mencionados, fue donde don Porfirio Toledo vino al mundo. Un escenario que ha permanecido con el telón bajado durante varias generaciones, hasta el punto que en la actualidad gran parte de la herencia cultural trasplantada por los canarios es atribuida a otros emigrantes más ajenos a la formación del pueblo puertorriqueño, como los andaluces. Sólo excepcionalmente, algunos historiadores de la isla, como Estela Cifre de Loubriel o Manuel Álvarez Nazario, han reparado en los canarios. Álvarez Nazario, en su obra “La herencia lingüística de Canarias en Puerto Rico”, dejó escrito: “Cabe pensar en la influencia canaria respecto a los abundantes rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos en los cuales coinciden las hablas respectivas de las islas y de nuestro país.”

Niños recogiendo agua en el río Arecibo, a principios del siglo XX.


Don Pepe Toledo García
Don José, el padre de don Porfirio, fue un “isleño” oriundo del pueblito de San Miguel de Abona, en Tenerife (Islas Canarias). Llegó a Puerto Rico en el siglo XIX, a la temprana edad de 17 años, reclamado por su progenitor, a la sazón mayordomo de una finca propiedad de la familia Monroy (también isleña), en el pueblo de Hatillo.
Un tío suyo era dueño de una cervecería en Utuado y allí trabajó como catador, un raro oficio en la isla. El trabajo de José consistía en probar los vinos que entraban en el almacén e irlos separando por calidades. Con los ahorros, pronto pudo independizarse y montar una pulpería en Arecibo, donde vendía de todo. Más adelante, a partir de 1914, también pondría a la venta las semillas de cebolla que le enviaba don José Feo desde San Miguel de Abona, allende los mares.
La pulpería de José, más conocido como don Pepe Toledo, tuvo éxito. Por otra parte, su padre había logrado reunir ciertos ahorros de su trabajo como mayordomo. Así, la familia logró comprar un terreno en la zona de Hato Bajo, donde comenzó a sembrar papas y cebollas para vender. Algunos canarios que iban llegando en esa época consiguieron allí su primer empleo.
–Mi papá había escogido a una mujer con la que procreó cinco hijos –me confesó don Porfirio–. Después, en el año doce, se casó con una señora de Arecibo que es la mamá de mis hermanas mayores. Ella murió en 1919. Papá salió de Puerto Rico y se fue a Canarias y se casó con mamá, en mayo de ese mismo año.
El viaje de regreso fue accidentado, porque el hermano de la recién casada los acompañaba y enfermó, probablemente de la llamada “gripe española” que azotaba el mundo durante ese año fatídico. El capitán del buque decidió que el enfermo debía desembarcar en Guantánamo (Cuba), mientras el matrimonio proseguía el viaje hacia Puerto Rico. Afortunadamente, este joven sobrevivió a la enfermedad y formó familia en Cuba.
En ese año de 1919 ocurrió que también se produjeron contagios de gripe española a bordo del famoso vapor Valbanera, de la compañía Pinillos, en un viaje hacia Canarias. Hubo varias víctimas mortales. El barco fue desinfectado y volvió a navegar hacia América, en el mes de agosto. Después de visitar los puertos de San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba, el Valbanera naufragó frente a Key West (Florida) durante un fuerte temporal. Todavía quedaban cerca de 500 personas a bordo que jamás llegaron a La Habana. No hubo supervivientes ni se encontró un solo cuerpo. Sólo se halló una cabeza flotanto, quince días más tarde, según un informe de la Armada estadounidense.



Don Porfirio conversa con el doctor Saavedra
y don Fernando Amador, propietario del museo
etnográfico canario de Aguadillas. 

Los primeros años
La infancia de Don Porfirio transcurrió en Arecibo. Esta población, con muchísimos vecinos de procedencia canaria, hoy rebasa los cien mil habitantes, pero a principios del siglo XX no pasaba de ser un pequeño pueblo. De niño, gran parte de su tiempo lo dedicaba al colmado de su padre, atendiendo a una clientela dispersa en la que abundaban los isleños. El pequeño Porfirio llevaba las compras en un carro de mano hasta los domicilios dispersos en un amplio territorio. Muchas veces, los artículos comprados eran depositados en el borde de los caminos para que cada familia retirase los suyos, sin que a nadie se le ocurriese robarlos.



Las ovejas u ovejos de pelo corto son fáciles de encontrar en Puerto Rico, especialmente las zonas del Oeste, como Cabo Rojo, donde existen numerosos ejemplares. Este animal procede de las Islas Canarias y, en el siglo XV, cuando los europeos luchaban contra los guanches, en la conquista del archipiélago, fueron confundidas con cabras, por la falta de lana.
En la actualidad, algunas instituciones canarias han caído en la cuenta de la importancia de recuperar el genoma animal que había desaparecido de las islas hace muchos años y que aún es posible encontrar en algunos países americanos; lo cual proporciona a estas ovejas un inmenso valor. En este mismo apartado, se puede incluir el “cochino negro”, un cerdo pequeño, de origen netamente canario y de carne muy sabrosa, que desapareció del archipiélago hace muchas décadas. Posteriormente, su presencia fue detectada en Venezuela y recuperado. En la actualidad, ya se cuenta con suficientes ejemplares en Canarias para considerar la raza a salvo.


Los préstamos
–Mi padre tenía un colmadito. Él abastecía la compra a todos los canarios que llegaban a Arecibo, que siempre pasaban por casa, por la confianza que tenían con mi padre. Cogían la compra fiada y la pagaban cuando cosechaban sus productos. De igual manera, durante la cosecha de caña, ellos venían, cogían fiado en ese tiempo muerto y le pagaban cuando finalizaba la zafra. Naturalmente, eso fue levantando el negocio, por la confianza de estos agricultores. Él mismo les introducía en el asunto de la siembra de cebolla, les vendía las semillas para que ellos las sembraran y después les compraba también cebollas a ellos.
Su padre, José Toledo García, como hicieron otros isleños en diferentes países latinoamericanos, también puso en práctica un negocio que siempre se reveló como rentable: ofrecer a los gíbaros y a los canarios las semillas y los bienes de consumo que necesitaban en forma de crédito hasta finalizar la cosecha. Y, en ocasiones, actuar como intermediario en la comercialización de esa misma cosecha, entregando al campesino la diferencia entre la deuda y el importe de la venta. Bien mirado, si se actuaba con honradez por ambas partes, el beneficio podía ser mutuo. Más de una fortuna isleña, como la de la familia palmera Crespo en Cabaiguán (Cuba), se inició con esa fórmula comercial. En algunos casos, estos caudales pasaron a las Islas Canarias y consolidaron empresas importantes, como señala un interesante estudio de Fernando Carnero Lorenzo, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de La Laguna.


Las numerosos templos dedicados a La Candelaria,
como esta iglesia de Mayagüez, pone de relieve la abundancia
de isleños en Puerto Rico.


La gente muerta la trae viva
–No es porque fuera mi padre –comenta don Porfirio–, pero se trataba de una especie de filántropo que iba ayudando a cuantos isleños lo necesitaban, para que se levantaran. Un amigo suyo, aquí, en Arecibo, se enfermó de los pulmones, es decir, estuvo afectado por una tuberculosis. El doctor le dijo que tenía pocos meses de vida y el hombre estaba desesperado. Mi papá le dijo: “Si quieres, yo te llevo a un sitio en Canarias, donde vas a recuperarte. Te voy a llevar al Teide, en la isla de Tenerife.” Ahí fue la primera vez que yo escuché lo del Teide. Así que se marchó a Tenerife con Juanito Díaz Peraza. Fueron a vivir a Vilaflor, durante seis meses. Don Juan recuperó la salud y volvió para Puerto Rico. El doctor que lo había atendido se sorprendió muchísimo, porque el hombre estaba sano ya. No tenía ninguna enfermedad en los pulmones. Y eso ayudaba a mi padre, porque la gente decía que “don Pepe tiene buenos contactos allá en Canarias, porque lleva gente muerta y la trae viva”.
Don José Toledo tenía la costumbre de ir de pueblo en pueblo visitando a las familias isleñas, por el simple placer de saludarlas y mantener una buena conversación. Don Porfirio acompañaba a su padre en estas visitas y fue conociendo multitud de casas donde se alojaban los emigrantes canarios o sus descendientes. Este conocimiento le serviría más adelante para su vida profesional de agente comercial y para reunir a las personas que han participado en las visitas anuales a las Islas Canarias.


Don Porfirio baila con doña Violeta, en una fiesta de isleños puertorriqueños.

El ser humano
Don Porfirio come y habla con cierta dificultad, debido a la grave enfermedad que aquejó su garganta; sin embargo, pronto uno se acostumbra a escuchar sus palabras y sigue perfectamente su conversación. Su acento tiene la dulzura de las gentes nacidas en los pueblos del Norte de Puerto Rico, donde la herencia canaria tiene tanta incidencia. Cuando los canarios caminamos por estos lugares, nos da la impresión de ir a encontrar a uno de nuestros vecinos en la próxima esquina. No en vano, Puerto Rico es el lugar del mundo donde la huella canaria ha dejado una mayor influencia en las costumbres y la idiosincracia de sus habitantes.
Don Porfirio cuenta con una gran aliada: su nuera, la cual le procura todos los cuidados que necesita. Ello le ha servido para sobreponerse a la soledad de la viudez, hasta encontrar una novia cuando contaba con ochenta cinco años de edad. Y se buscó nada menos que a doña Violeta Herrera, otra descendiente de isleños, a quien se le iluminan los ojos cuando habla de La Gomera. Sus ancestros partieron de Hermigua o, tal vez, de Agulo, y se asentaron en Hatillo. Don Porfirio toma su automóvil en San Juan y conduce casi dos horas hasta la casa de doña Violeta. Ambos se sientan en el porche de la casa, mirando los tulipanes africanos, y conversan durante horas, solos o con las visitas, desgranando historias de los viejos tiempos que ya deberían estar escritas en alguna parte. Violeta es de religión pentecostal y don Porfirio es católico y conservador. Particular pareja en una isla con una religiosidad tan singular. Sin embargo, nada turba su hermosa relación y los dos tienen la suficiente perspicacia y tolerancia que les permite ver más allá que la mayor parte de la gente. Al oscurecer, don Porfirio vuelve a San Juan o pernocta en el parador El Buen Café, donde sigue departiendo con sus amistades. Nadie se explica de dónde saca las energías suficientes para hacerlo.

Don Porfirio Toledo, en una finca de isleños, mientras
se filmaba el documental "La emigración canaria a Puerto Rico", 
de la serie "La Ruta del Gofio".



El enigma
Tal vez, sea conveniente buscar una explicación al enigma que parece rodear a don Porfirio. ¿Por qué este hombre, que podría tener una vejez relajada, rodeado del amor de sus hijos, nietos y biznietos, se ha complicado la vida llevando tantos descendientes de canarios a conocer la patria de sus antepasados? ¿Por qué más de una vez ha puesto discretamente dinero de su bolsillo y ha dado la cara cuando alguien le ha dejado en la estacada?
Después de padecer un terrible cáncer de garganta, al que logró vencer gracias a la Medicina pero también a una voluntad de hierro, don Porfirio visitó las Islas Canarias con su esposa. El reencuentro con su familia de San Miguel fue un episodio memorable, tanto por la parte boricua como por la sanmiguelera. El matrimonio regresó en varias ocasiones y los Toledo de San Miguel fueron también a Puerto Rico. La esposa de don Porfirio disfrutó muchísimo con aquellas visitas y ambos se propusieron organizar un viaje que facilitara a otros descendientes de isleños encontrar familiares en Canarias. Sin embargo, al poco tiempo, ella contrajo una grave enfermedad y murió. En su lecho de muerte, pidió a don Porfirio que siguiera adelante con el proyecto del reencuentro canario. Él se lo prometió solemnemente.
–Yo me siento bien satisfecho de eso que yo comencé como una aventura. Con el trato que me dieron los alcaldes allá, yo me siento bien satisfecho. Considero que quienes han ido en estos cinco viajes conmigo se sienten encantados. Con decirle que cada vez que yo llamo a una reunión a los que fueron conmigo, todos se presentan a esa reunión. Es por el aprecio que me tienen. Dicen ellos que si no hubiera sido de la forma que yo preparé ese viaje, jamás hubieran ido, porque moverse de Puerto Rico a las Islas Canarias es costoso. No sé por qué la compañía Iberia no ha cooperado más con nosotros. Yo lo que trato es de hacer un puente entre Puerto Rico y Canarias, especialmente a San Miguel de Abona, porque era el sitio de donde más canarios han llegado a Puerto Rico. Esta gente que va a Canarias se encuentra a familiares y me lo agradecen. Les he conseguido un buen hotel con desayuno y cena en el que no pagan mucho. Les buscaba excelentes restaurantes donde me daban buenos precios y eso me valió bastante. Es una satisfacción enorme que yo siento. Y todavía creo que puedo hacer un poquito más. Y ahora trato de conseguir que alguien se encargue de seguir esta lucha, procurando que los isleños de acá vuelvan a su tierra para conocer a su familia y, aunque no sean familia, conocer a los isleños de allá. Además, ellos nos tratan a nosotros divinamente bien. Yo voy a San Miguel de Abona y todos me conocen.


Don Porfirio, preparando el viaje de 2007, en el 
restaurante Hipopótamo, propiedad de un isleño
en San Juan de Puerto Rico



La clave
Parece difícil de explicar que este hombre haya llevado tan lejos esa promesa, cuando los años, las enfermedades, la incomprensión y muchos otros factores dificultaban su cumplimiento. Ahí reside parte de la fascinación que don Porfirio ha ejercido sobre mí y sobre tanta gente que lo conoce y que no da crédito a la auténtica proeza que ha llevado a cabo, teniendo en cuenta sus condiciones físicas.
Escrutando en las varias entrevista que me ha concedido, encontré la siguiente historia. Estas palabras de don Porfirio, quizás, contengan la clave que esclarezca su propio enigma.
–Había una familia de apellido Birriel. El señor Birriel era canario y doña Paula, su esposa, también era canaria. El viejo Birriel se enfermó y en la agonía mandó a buscar a papá. Papá se presentó y Birriel le dijo: “Don Pepe, lo único que yo le voy a pedir es que no deje morir a mi familia, que siga enviando la compra semanal hasta que mi hija mayor empiece a trabajar, porque le falta como un año y pico de escuela superior para graduarse.” Mi papá le dijo: “Váyase tranquilo que ellos no van a carecer de nada”.
La entrevista transcurre en el Caney de la Puntilla, en Arecibo. Tengo que inclinarme para escuchar las palabras de don Porfirio, que aún se encuentra muy débil, después de otro infarto que le ha tenido un tiempo en el hospital. El alisio alivia el calor que va impregnando la mañana. Don Porfirio hace una pausa, mirando la estatua del Capitán Correa, el héroe local que derrotó a los ingleses hace tres siglos, y prosigue:
–En aquel entonces, yo lo que hacía era acarrear la mercancía a las casas, en un carrito pequeño. Recuerdo que a esa casa yo iba todos los sábados a llevar la compra. Muere el señor Birriel y queda la familia, pero yo seguía llevando la compra semanal hasta que la niña se gradúa. Empieza a trabajar en el National City Bank de Arecibo.
Una chiquilla de pelito rizado pasa a nuestro lado tragándose una hamburguesa gigantesca. Un pájaro marroncito salta de la copa de un cocotero al suelo, en busca de algún desperdicio. Los ojos de don Porfirio se han posado ahora en una diminuta estatua de la Libertad, réplica liliputiense de la que se halla a la entrada de Nueva York.
–En ese entonces, frente a la tienda de papá, abrieron un colmado nuevo, a todo lujo. La primera semana después de la apertura, veo yo que la muchacha entra en el Colmado García y empieza a comprar… Esa semana no llegó la nota de su casa, aunque hasta entonces doña Paula enviaba la nota de la compra y yo se la llevaba. Ahí se acabó; no siguió patrocinando a quien le estaba dando la compra. Ni siquiera pagó. Entonces, mi padre, no sé por qué, cuando yo le dije que hacía cuatro semanas que no había hecho la compra en nuestro colmado, me dice: “Usted esté tranquilo que cuando se hace un compromiso con una persona que está para morir, uno tiene que cumplir con su deseo. Yo le prometí que no las iba a dejar sin la compra, pues ya está.”
El sol aprieta un poco más y en la frente de don Porfirio aparecen unas gotas de sudor. Detrás de mí suena el graznido extravagante de alguna de las aves que residen en las arenas de la desembocadura del río Tanamá; sin embargo, no vuelvo la cabeza, pendiente de las palabras del anciano.
–Yo me quedé callado pero, con la compra de Navidad, él acostumbraba a mandar a sus clientes un paquete con nueces, avellanas, pasas, ciruelas, un pote de frutilla y otro de peras. Y eso yo se los llevaba. Yo le seguía llevando a doña Paula esa compra todas las Navidades, hasta que ella murió. Yo le decía: ”Padre, ¿cómo a usted se le ocurre…? Ellos no le consumen un centavo, pero usted…”. Él me respondía: “¡Olvídese! Yo hice un compromiso y tengo que cumplirlo”.
La entrevista concluye. Con un abrazo me despido del admirable anciano. Lo veo subir con dificultad a su automóvil y poner rumbo a San Juan. Nadie, salvo el Faro de Arecibo que se resiste a desaparecer al otro lado de la bahía, observa su viejo Toyota Corolla alejándose hacia el Este por la carretera número dos, sobre el puente que cruza el estuario.
¿Cuánto ha influido la conducta de don Pepe con los Birriel en el cumplimiento de la promesa hecha por don Porfirio a su esposa en el lecho de muerte? En el Caney, el agua dulce del Tamaná se mezcla con la salada del Atlántico y es difícil decir donde se encuentra cada una.


Don Porfirio con el doctor Delgado Plasencia, durante
la filmación de "La emigración canaria a Puerto Rico".


Respeto y consideración
No es demasiado numerosa la gente que conoce la labor de don Porfirio, excepto los que han tenido la dicha de acompañarle en alguno de sus viajes y unas pocas autoridades culturales puertorriqueñas. Bien es cierto que en legislaturas anteriores, el alcalde de San Miguel le acogía como a un personaje entrañable; sin embargo, el nuevo alcalde no parece profesar los mismos afectos por los descendientes de quienes necesitaron salir una vez del municipio. Claro que nunca es tarde para mostrar el debido respeto, la debida consideración y el debido cariño a la persona que mejor ha cumplido en los últimos tiempo con ese deber de canariedad a que estamos sujetos cuantos nos hemos formado en esta hermosa cultura, legada por nuestros ancestros. Y no se puede ignorar que más allá de los credos, de las ideologías y de las fronteras, existe una gran familia pancanaria, repartida por todos los rincones del planeta.
Don Porfirio, cercano ya al siglo de edad, pequeño de cuerpo y grande de espíritu, es un genuino representante de esa familia trabajadora, pacífica, dispersa y, sin embargo, añorante de una patria lejana y atlántica, de unas pequeñas islas abotonadas al océano por almendros y volcanes.

Manuel Mora Morales
info@manuelmoramorales.com


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lunes, 26 de mayo de 2008

PRESENTACIÓN DE "EL TELÉMACO. EL ÚLTIMO VIAJE EN LA FERIA DEL LIBRO"

Minutos antes de la presentación. De izquierda a derecha:
Manuel Mora, Ángel Luis Fumero, Ángel Suárez y Beatriz Suárez.




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Otra presentación de El Telémaco, de Ángel Suárez. Esta vez en el Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife, dentro de las actividades de la Feria del Libro, la tarde del domingo, 25 de mayo de 2008.

Asistió un grupo de personas interesadas por la emigración canaria a América. El presentador fue Angel Luis Fumero Fumero, yerno del autor, quien nos ofreció un recorrido por la obra que, a continuación, completó Ángel Suárez, ofreciendo una amplia panorámica de su obra.

A mí me tocó abrir el acto, en nombre de la editorial. Aquí están mis palabras:

"Buenas tardes.
Permítanme, en primer lugar, que dedique unos momentos a la memoria de una de las personas que más han influido en mi vida, durante los últimos años. Se trata del hijo de un emigrante tinerfeño en Puerto Rico, llamado don Porfirio Toledo Toledo, que acaba se ser enterrado hace menos de veinticuatro horas en Arecibo, el pueblo que le vio nacer.
No conozco a nadie que haya hecho tanto por relacionar a los canarios de uno y otro lado del atlántico como don Porfirio, quien a sus 85 años continuaba con una actividad frenética que, entre otras cosas, comprendía traer a Canarias a cientos de personas, buscando sus raíces culturales.
Si alguien ha merecido el título de Padre de la Canariedad en América ha sido don Porfirio Toledo, muy conocido en su país por su corazón bondadoso.
Vaya este recuerdo para él, pequeño homenaje póstumo desde aquí, desde esta tierra que tanto amó.



En cuanto al libro que estamos presentando, debo decirles que para mí ha sido gratificante participar en otra publicación sobre la emigración canaria. Sin buscarlo de una manera consciente, en los últimos años, Globo ha ido acumulando títulos en libros y en documentales sobre el éxodo de los canarios hacia diversos puntos de América: Cuba, Argentina, Venezuela, Uruguay, República Dominicana, Luisiana Puerto Rico y, en breves fechas, Texas.
Naturalmente, esto no es casual. Por un lado, esa emigración es una carga poderosa en el subconsciente del pueblo canario y, por otro, la emigración canaria continúa viva, como demuestra la existencia de un Viceconsejero de Emigración en nuestras instituciones. De manera que lo normal es que esta experiencia quede reflejada en las películas y en los libros que, a fin de cuentas, constituyen la memoria de nuestro pueblo, de cualquier pueblo. Evidentemente, cualquier trabajo sobre la travesía del Telémaco no podía quedar al margen.
No quiero caer en la retórica fácil de referirme al hecho de que hablar o escribir sobre la emigración nos permite entender mejor la inmigración que llega hoy a Canarias. Eso ya ha sido dicho hasta la saciedad e incidir en lo mismo, una vez y otra, lleva más al hastío que a la concienciación, como sucede en la repetición insistente de una misma imagen en los diarios y telediarios.
Desde muchas instancias. el fenómeno inmigratorio se nos quiere presentar como el anverso de la emigración. Dos caras de la misma moneda. Unos salen y otros entran. Inmigración frente a emigración.
En mi opinión, eso es una imagen falsa. Emigración e inmigración es la misma cara de la misma moneda. Quiero decirles por qué lo veo de esta manera.
Primero se nos propuso y después se nos impuso un mundo globalizado. Pero no se quiere que lo globalicemos todo. Solamente, algunas cosas como las marcas de ropa, las marcas de bebidas, las marcas de gasolineras o la marca de la gendarmería mundial. Porque si fuera todo globalizado, resultaría que las migraciones canaria y senegalesa, pongamos por caso, se hallarían en el mismo plano. Vistas globalmente, nadie puede negar que ambas abandonan un territorio para buscar mejoras en otro territorio, como viene sucediendo desde que empezó la vida en este planeta. Porque las migraciones forman parte tanto de la historia social como de la historia natural. Claro, nosotros sabemos que las migraciones sociales tienen muchas veces un componente añadido. Los migrantes viven de manera miserable y se trasladan de manera peligrosa.
¿Entonces, cuál es la otra cara de la moneda, el reverso que hace posible el anverso de las migraciones socialmente miserable?
La otra cara de la moneda es la mala distribución de la riqueza, sobre todo del acceso a los alimentos. No entendí cabalmente lo que significaba la expoliación de los países pobres por parte de los países ricos hasta que no visité un restaurante buffet "normal" de los Estados Unidos de América. Entré invitado por algunos dirigentes del Partido Demócrata: se trataba de un grupo de personas sensibles al dolor ajeno y luchadoras por los derechos humanos Quisieron llevarme a un sitio modesto donde ellos comían los días de trabajo, en una ciudad de tamaño medio. Realmente, el precio era moderado, porque cada comensal pagaba unos siete dólares, todo incluido. La clientela estaba formada por profesores, funcionarios y otros trabajadores de ingresos medios.
El restaurante estaba convenientemente climatizado y las mesas se disponían alrededor de unos inmensos expositores abarrotados de comida. No menos de diez tipos de sopa, ensaladas dignas de un banquete romano, pescado y mariscos de todas las formas y colores, carne de res, de buey, de búfalo, de cochino, de jabalí, de avestruz y hasta de caimán, cocinadas de todas las maneras. Pastas para qué les digo. Allí había sorbetes de no sé cuantos sabores, frutas de oriente y de occidente, del norte y del sur. Tartas a tutiplé y sobre los postres podrían ser escritas unas décimas más largas que las del Telémaco. También había bebidas sin alcohol, té y café que uno podía servirse a discreción. Hasta aquí, todo bien.




Me fijé en que los platos de los comensales estaban colmados. Que cada cliente llenaba las grandes mesas con todos los platos que le cabían en ella. Y que, a continuación, los comensales más primarios se entregaban a una ceremonia de tragar con más o menos educado desenfreno todas aquellas sustancias orgánicas hasta que sus estómagos inmensos, ejercitados en la repetición diaria de aquella ceremonia carpántica, no admitían ni un spaghetti más. Otras personas, como mis acompañantes, se cuidaban comiendo lo imprescindible, aunque la cantidad de platos que llevaron a nuestra mesa era la misma. Hasta aquí, todo casi bien.
A continuación, aquella gente levantaba sus mastodónticas o sus esmirriadas posaderas y marchaban a sus destinos. Atrás, en las mesas de los tragones y en las de los estoicos, quedaban los platos rebosantes aún de comida. Mesa tras mesa, pude ver que el espectáculo se repetía. Con los alimentos que restaban podrían haber comido muy bien cientos de personas. Nunca en mi vida había visto un espectáculo tan bochornoso.
Sin embargo, la buena gente que me acompañaba no lo veía. No veía que aquel desperdicio descomunal era la otra cara de la moneda de los inmigrantes o espaldas mojadas que arriesgaban su vida cada día para cruzar Río Grande, porque la riqueza, la comida de sus respectivos países, es decir, la comida que ellos debían haber tenido en el Centro y en el Sur de América, iba a parar a los cubos de la basura en los Estados Unidos.
Y hablo de este restaurante estadounidense ya que, seguramente, por la fuerza de la costumbre, soy incapaz de advertir que aquí estamos haciendo lo mismo en muchas cosas. Y este asunto viene a cuento porque creo que les he estado hablando del Telémaco, es decir, de la otra cara del Telémaco. Del reverso de derroches necesario para que haya un anverso de miserias.
Soy consciente de que entre las dos caras de una moneda siempre hay algo más, de que las cosas no son únicamente blancas o negras, sino con muchos matices, de que hay sociedades que encuentran maneras dignas de progresar. Ciertamente, entre el anverso y el reverso uno puede encontrar hermosos tonos pasteles para acolchonar nuestra inquietud por causas de las migraciones. Uno intenta acolchonarse con todo eso usando la escala de grises, pero cuando uno también ha visto despilfarrar tanta comida y cuando uno mira las caras de hambre en las fotos del libro del Telémaco o en el muelle de Los Cristianos, no puede menos que indignarse y tratar de dar respuesta a alguna que otra pregunta.
Gracias, Ángel Suárez, por este regalo que viene a rearmarnos la memoria y la conciencia.
Como Cristóbal, tu padre, has mantenido con firmeza el timón de un Telémaco efímero, con velas impulsadas por los recuerdos y las voces de sus pasajeros, para traérnoslo de vuelta a casa, cargado de alegorías y de reflexiones. Gracias por el tiempo que has dedicado a una tarea tan noble. Gracias por haber tenido la paciencia de esperar hasta que el libro ha podido ver la luz. Muchas gracias a todos."

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DE LA EMIGRACIÓN CANARIA

PRESENTACIÓN DEL POEMARIO Y DEL CORTOMETRAJE "PLAYAS"



Fue en la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife. Todo un lujo. La asistencia de un público entendido fue numerosa. La carpa de las presentaciones estaba casi llena. En la mesa, nos encontrábamos Antonio Abdo, como autor del libro, Rafael Fernández Hernández, como presentador, y yo mismo, como director de la Editorial Globo.

Entre el público, pude ver sentados a muchos amigos y gente conocida. Allí estaban la encantadora actriz Pilar Rey, el escultor Fernando Garcia Ramos, Alfonso Morales, el periodista Julián Armas, Noemí Rivera, Alejo Trujillo, la actriz Mercedes González,...



En primer lugar, habló Rafael Fernández Hernández (Catedrático de Filología de la Universidad de La Laguna). He aquí sus palabras:


"En Playas el mar es metáfora de la vida, no de la muerte. Antonio Abdo sigue la tradición del mar de la poesía insular a partir del sentido contemporáneo del paisaje pero aún contaminado con el impulso transformador del hálito romántico.
En cuanto al contenido, se encuentra a medio camino entre la concepción del mar como espacio físico y el mar como interpretación o trasunto de lo que acontece en la intimidad del poeta. Desde el punto de vista de la estructura versal, su poesía busca la fisicidad de la palabra alternada en un conjunto de silencios -blancos- y manchas -las palabras- o simplemente el silabeo de la tinta en el papel.
Playas es el diálogo del poeta con el mar, la mar, una mar germinadora de islas, como expresión del enfrentamiento de lava y océano, Prometeo frente a Neptuno. Representa un recorrido que va de la promesa renovada, que afirma la conciencia de hombre a orillas de la inmensidad del mar, al litoral en donde el mar se acaba, consume así su ciclo diverso y único.
Playas es, por un lado, el apóstrofe de una vida que palpita, la del hombre que frente al mar lo saluda desde la playa, un mar tuteado como trasunto del propio yo del poeta; por otro, representa el entronque con una tradición literaria española e insular sobre la que quisiera decir algunas palabras.
Los poetas canarios, más de lo que se piensa fuera de las Islas, se expresan de forma poética a través de lo que significa el mar como libertad, locus en ocasiones todavía incontaminado por el hombre, apóstrofe con el que dialoga el poeta o bien éste lo convierte en trasunto de sus preocupaciones y también de sus afanes.
Como he dicho en otras ocasiones, tanto referido al autor de Piel de gato como de otros poetas insulares, Antonio Abdo es un autor que encierra en sí la semilla de quien germina y se hace flor, (aroma y color, también) en el rastrear de los caminos. Su mirada no es sólo una mirada poética, forjada por la palabra que se adensa y dice metafórica y metafísicamente; no, lo suyo, como mandan los cánones literarios, es una mirada que rastrea todos los caminos; que se sumerge entre nubes de alisios, y desde esa atalaya observa el mar, nuestro océano, como un territorio que aparece salvado en el ocaso insular. y ahí más que una mirada lo que propone Antonio Abdo es una auténtica visión de la isla, atrapada por su pupila en un solo un instante, a la manera del fotógrafo que sabe su arte o del pintor que atrapa con pasión y habilidad rarísima el momento preciso en que la luz dice lo que debe contemplar el espectador. Utiliza Abdo una manera objetiva de mostrar el paisaje, sin que su ánimo interfiera lo que pinta la retina del lector a través de la palabra desnuda del poeta. Estoy hablando de la técnica que emplea en muchos de sus poemas.
En el primero de todos ellos, con el que comienza el libro que hoy presentamos, el poeta nos sitúa en el paisaje marino de la isla, en donde renueva su promesa bautismal del agua del mar, alimento nutricio del alma del poeta, lecho en donde las olas y el azul rubendariano acunan la contemplación del Atlántico.
Playas está plagado de referencias al mundo de los sentidos. La objetivación poética va acompañada de una adjetivación que se pasea por todos los dominios de los sentidos.
Playas resume en sí dos alineamientos de Antonio Abdo con la tradición insular. Uno tiene que ver con el estilo y se alimenta de la realidad escrituraria actual. El otro, en cuanto al tema literario del mar, se encardina en una tradición de más largo aliento. Permítanme amigos referirme brevemente a esos espigamientos en la obra de Antonio Abdo:


Las Direcciones de la escritura en las Islas
Si observamos las nuevas escrituras insulares, podemos concluir que se dan tres grandes direcciones: Una primera línea, representada por aquellas escritoras y escritores que se sienten en una tradición mestiza, cruce de culturas; por esa misma razón buscan un lenguaje narrativo y poético que exprese un universo específico y diferenciado dentro de las literaturas hispanas. Aquí se dejan ver distintas ramificaciones, según sea la actitud ideológica y estética de cada autor: tendencia hacia el indigenismo, o hacia el hispanoamericanismo, o hacia el europeísmo de distinto signo (anglosajón o galicista). Los mundos que se representan suelen ser de dos tipos: uno, encarnado por la mirada al exterior, en la que los personajes otean el "horizonte" (es decir, la otredad) como una dialéctica entre las fuerzas de la tradición y las que pugnan por representar un universo distinto, moderno, impregnado bien sea de sofisticación o de arcaísmo (ejemplos de este tipo sería lo que representó en su momento la narrativa de Isaac de Vega o de Rafael Arozarena, y que algunos autores jóvenes, sobre todo cuentistas, siguen con ciertas diferencias). Otro, auspiciado por una noción implícita de que en el "terruño" insular se encuentra la Arcadia de los clásicos; por lo tanto, la dialéctica entre las fuerzas centrífugas y centrípetas de carácter social, cultural y sociopolítico concluye siempre del lado de las segundas. Un ejemplo de esta concepción sería toda la narrativa popular (tradición oral, expresiones tradicionales en poesía, prosa y teatro que se mantiene viva en las publicaciones institucionales) y neopopular que busca su razón de ser en las peculiaridades de lo insular en toda su extensión frente a lo que podemos denominar la "mirada universalista" y cosmopolita.
Una segunda dirección, la más interesante, en la que los autores siguen algunas de las signaciones de la poesía y de la narrativa contemporáneas. Como muestras extremas podemos hablar de una literatura basada en el "realismo sucio" con frecuentes caídas en una escritura tensa, llena de neologismos y articulación caótica de los registros orales y literarios, a través de la cual se nos muestra el desgarramiento -desde un prisma muchas veces irónico y deformante- de la sociedad actual, sobre todo el descreimiento de estos jóvenes escritores de los valores que le ofrece un mundo egoísta e insolidario. También podemos referirnos a otra literatura, en cierto descenso en la actualidad pero que no ha desaparecido entre los escritores canarios, que se adentra bien sea en los límites del "realismo mágico" o ya en la "mitificación del pasado". Esta segunda variante extrema está fuertemente impregnada de un "imaginerismo poético" muy próximo a la huella que dejaron las vanguardias históricas en Canarias: Agustín Espinosa en prosa y Pedro García Cabrera en poesía. Precisamente, Playas de Antonio Abdo se alimenta de estas últimas tendencias. Si Líquenes (1928) representó en su momento una poesía de vanguardia de carácter cubista, a la vez que una visión del mar desde el mismo vaivén oceánico, Playas representa una escritura en que los silencios y la palabra se adensan desde una mirada marina anclada en la orilla, en y desde la playa. Como hemos dicho, el porta dialoga con el mar como trasunto de su propio yo a través de una amplia modulación de inquietudes, esperanzas y ensoñaciones que esa mirada marina conlleva.
y también podríamos citar una tercera dirección, poco fructífera en sus resultados literarios, pero muy esforzada a juzgar por la cantidad de seguidores que la representan: la tipificada por quienes cultivan una narrativa (asimismo se ve mucho en la poesía) tradicional carente de "verdad", de riesgo en el lenguaje y de nervio en las historias que se cuentan. Por desgracia, esta línea de creación es la predominante.


El mar, un tópico de la literatura insular
Desde hace años, conjuntamente con Pilar Rey y Antonio Abdo, hemos venido hablando del mar en la poesía de las Islas desde las Endechas hasta la actualidad. Diversos escritores se han acercado con distinta fortuna a cantar un asunto literario tan presente en la vidas de los insulares, de los canarios. Después de varios siglos de elaboración del topos, en el siglo XX, con las voces de Tomas Morales (G. Canaria, 1884-1921), Alonso Quesada (G. Canaria, 1886-1925) y Saulo Torón (G. Canaria, 1885-1974), y más tarde, de Pedro García Cabrera (La Gomera, 1905 - Tenerife, 1981), ese mar aparece en la obra de otros autores de la época del poeta gomero: Agustín Espinosa (Tenerife, 1897-1939) o Domingo López Torres (Tenerife, 1910­1937); también el último Emeterio Gutiérrez Albelo (Tenerife, 1905-1969). Con esas aportaciones esenciales no sólo a la poesía insular del siglo XX, sino al desarrollo del tema marino, más allá de lo que ya había planteado el profesor Valbuena Prat en su conferencia de inauguración del curso 1926­1927 de la Universidad de La Laguna, se buscan nuevas aportaciones que las llevarán a cabo poetas posteriores.
Esa herencia se presenta hoy incursa en distintas variantes. quizá la de más larga duración sea la que representa Manuel Padorno (Gran Canaria, 1933 - ) durante más de treinta años, es decir, desde el premio Adonais A la sombra del mar (1960) hasta Desnudo en punta brava (1990) nos presenta una isla de litorales luminosos. Desde la isla y el océano la mirada poética indaga un metauniverso en el que los objetos se organizan en una suerte de "otra arquitectura virginal". Padorno es el primer poeta canario que nos presenta el atlántico inmerso en una visión de luz, como una estancia en que la mirada vive y se solaza, como podemos ver en su poema "Mi casa el mar". En mi opinión, Playas se acerca a esta línea contemporánea de Padorno que también ensayan otros poetas coetáneos.
Tengo que decir, que en Playas hay sedimentada toda una ideología que sustenta el edificio de la concepción insular del canario. Me explico. Encontramos en Playas distintos tipos de miradas del mar: Una primera, objetiva, pretende la descripción del mar como una realidad independiente de la voz creadora. La segunda es la reelaboración entrañada de la voz lírica. Puede aflorar en el discurso de variada forma, desde la constatación del hombre histórico como un elemento modificador del paisaje, o como la conciencia histórica derivada del aislamiento respecto de los centros de emisión cultural. Ese último rasgo no se halla lejos de la reinterpretación del mar entre lo mitológico y lo mítico. Representa en el arte el acto de elucidar lo isleño como conciencia atrapada en un doble cerco, histórico y geográfico. También tiene su contrapunto en la búsqueda anhelante de universalidad.
Si volvemos al comienzo de estas palabras, habría que resumir lo dicho diciendo que estamos ante un libro que reúne en sí modernidad y tradición, verdad vital y sinceridad literaria. La soledad que siente el poeta en las orillas de estos 24 poemas-Playas alienta el diálogo del poeta con el mar, va unida a la percepción del mar como un todo hermoso, plural y único. Un mar, que como todo paisaje y como siempre sucede con los sentimientos emanados de lo que queremos, es tiempo y distancia -espacio­s vencidos por la voluntad de la mirada, pues el mar, el océano que baña las islas, permite engrandecer lo que besa sus orillas: la tierra y la ilusión de los cielos. A este propósito habría que concluir que el mar de Playas conlleva ineludiblemente la presencia de una orilla, de una tierra, de la isla. Por lo tanto, Antonio Abdo, en Playas sigue con la isla a cuestas, hincado en sus orillas, de tal suerte que podemos hacer nuestras las palabras introductorias de Pedro García Cabrera a su libro La rodilla en el agua:
La isla es lo arquitectónico en medio de lo musical (...) Pero este ínsula no tiene historia. Es, esencialmente, geografía. A esta concepción geométrica habría de corresponder un alma elemental, despojada de lo pintoresco, del color, del hombre mismo, en fusionada unidad con la masa rocosa. Pero solamente con su porción emergida, pues la isla no tiene sino la rodilla en el agua.
Para finalizar, digamos que debemos felicitarnos por la publicación de Playas, un nuevo eslabón poético en la obra, destilada lenta pero firmemente continua, de Antonio Abdo, quien, siempre fiel a su compromiso entre literatura y plástica, nos ofrece unas magníficas ilustraciones de Günter Fischer Piscat embellecedoras de esta magnífica edición que inaugura la colección "Pilar Rey" de la lagunera Editorial Globo, que dirige Manuel Mora. Muchas felicidades por este poemario."

En este punto tomó la palabra el autor de los poemas. Leyó varios poemas que pudimos disfrutar los allí presentes, porque pocas veces se aúna la voz de un poeta con la de un consumado actor de teatro. Después nos habló sobre su proceso creativo. Por desgracia no cuento con su texto, pero en su charla se refirió a verios aspectos de la obra. En lo referente a los dibujos de Günter, dijo que el libro fue inspirado por varios cuadros del pintor austriaco que estuvo contemplando durante una exposición. En cuantio a su relación con el mar, expresó que siempre lo tomó como un todo que abarca tanto la vida como la muerte, excepto en un poema que quiso dedicar al amor de su vida, su esposa Pilar Rey.





A continuación, me tocó el turno y hablé un poco sobre la génesis y el desarrollo del cortometraje Playas, que realicé, como homenaje a Antonio Abdo.

"Este cortometraje fue filmado el día después de que el libro Playas fuera presentado en Santa Cruz de la Palma. El día de la presentación se me ocurrió que Antonio Abdo podría leer los poemas y, en su día, sacar un Cd de audio con ellos.
Por la mañana, los dos nos fuimos a una biblioteca y empezamos a grabar, usando una cámara de vídeo, porque son aparatos que graban el sonido de manera muy depurada. Lo que ocurrió fue que cuando estábamos por el quinto o sexto poema, me di cuenta de que la imagen de Antonio se veía muy bien en el monitor. Mientras lo veía, como me pasa tantas veces cuando oigo una música, una voz o, incluso, un ruido, empezaron a desfilar imágenes por mi cabeza.
La voz de Abdo flotaba en mi cabeza como telón de fondo de una danza que tenía el mar como escenario. Cuando ya no pude aguantar más, le propuse empezar otra vez, poniendo más atención a la imagen. Repetimos. Después le dije que había una bailarina, casualmente llamada Mar, que podría bailar sus versos. Y que también podríamos filmar algo más con el poeta en las playas de La Palma. Estuvo de acuerdo conmigo y nos fuimos a comer con Pilar, su esposa, y a informarla de nuestros planes. Inmediatamente, se apuntó y, al día siguiente, nos fuimos los tres a una des las playas más hermosas que he vito en mi vida. La playa de Nogales, en Puntallana.
Como les digo, yo llevaba casi 24 horas junto a Antonio Abdo y a Pilar Rey hablando mucho sobre el libro, aunque no lo nombrásemos explícitamente. Así que cuando cogí la cámara para filmarlo fue una continuación de lo que llevaba haciendo desde el día anterior.
La filmación transcurrió de manera fluida. Antonio parece adivinar el pensamiento de quien lo dirige y, como sólo saben hacer los grandes actores, da un paso más allá de lo que el realizador le sugiere. Terminamos en el pueblito de San Andrés con el mismo contento que teníamos por la mañana. Si no más, porque en Puerto Espíndola probamos, al menos, una botella de níspero.
A estas imágenes y a otras que grabé con posterioridad, les fueron añadida la danza. Quienes siguen la danza clásica o la contemporánea en esta isla saben de sobra quien es Mar Gove, es decir, María del Mar González. No es éste el primer trabajo que hacemos –juntos, sino que venimos colaborando desde hace muchos años, incluso en la serie documental la Ruta del Gofio, donde actuó en el papel de Manuela Falcón, en el capítulo dedicado a Uruguay.
Su exquisita manera de bailar, avalada por su formación como bailarina clásica, creo que se refleja de manera suficiente en este cortometraje y que cumple sobradamente con las imágenes que desfilaron por mi cabeza aquella mañana en la biblioteca.
La música es de la Banda sinfónica de Santa Cruz de Tenerife y es la primera vez que se utiliza en un audiovisual. Su director, Felipe Neri y el Ayuntamiento de esta capital la cedieron gentilmente y no creo que yo hubiera encontrado algo mejor para acompañar estos poemas.
Nada más. Sólo decirles que estos diez minutos coinciden con mi visión de la poesía de Antonio Abdo y que si logran despertar en alguien un punto de vista nuevo en su mirada sobre estos versos, me daré por satisfecho. Gracias."

viernes, 23 de mayo de 2008

A y, caramba, don Porfirio


Buenos días por la mañana, don Porfirio.
Siéntese aquí, mi apreciado amigo.
En esta silla, a mi lado,
y cuénteme historias de su vida.
Cuénteme otra vez cómo iba en la canoa
dando vueltas por el caney de Arecibo,
allí donde el río Tanamá se nutre de sal,
a ver aquella muchachita que tanto le gustaba.
Siéntese aquí, al sol, amigo del alma,
a mirar conmigo los coquíes puertorriqueños y los pájaros canarios,
que hoy comen y vuelan todos juntos,
como si no hubiera sino una sola isla.
Cuénteme otra vez la historia de su padre
Con los Birriel
Y cómo usted le llevaba gratis la cesta cada semana a la viuda,
Porque don Pepe, su padre, se lo había prometido al difunto.
Buenas tarde por la tarde, don Porfirio.
Venga acá, cristiano.
No se me marche tan pronto que todavía en las islas lo necesitamos.
¿Quién si no es usted
va a traernos este año a los isleños de Puerto Rico?
¿Quién si no es usted
nos va a regalar todos esos libros caribeños?
¿Quién si no es usted
va a reconciliarnos con el corazón humano?
No se vaya, don Porfirio.
Échese un último vaso de vino conmigo.
Le juro que es buen vino del país, sin química.
Hasta su padre, que era buen catador, lo habría elogiado.
Ande, siéntese de una vez a mi lado.
Cómo nos va a privar de ver sonreír a doña Violeta, hombre.
No puedo creer que ya esté muerto,
Que se me haya ido sin leer un artículo que le escribí la semana pasada.
Siéntese aquí, amigo, y dígame qué palabra no le gusta para cambiarla.
Va a salir publicado en este mes, don Porfirio.
No se vaya sin leerlo, hombre, no se nos vaya tan pronto,
Que todavía queda un ratito de luz.
¡Ay, caramba, caramba!

Manuel Mora Morales
23.05.08