viernes, 5 de junio de 2009

La muerte de Isabel Canino y las tinieblas del corazón

Una mujer de casi cuarenta años fue asesinada y su cuerpo ha sido descubierto dentro de una fosa séptica. Un cuerpo vilmente ultrajado, condenado a la más cruel ocultación. Durante dos largos meses, la policía, su familia y su comunidad la habían buscado sin resultado.

La buscaron sin saber a ciencia cierta si vivía. Sospecharon durante todo ese tiempo que su ex amante la había asesinado. Ahora la opinión pública cree que tenían razón, porque el pozo negro era del amante, estaba en su propiedad. Todos estamos aterrorizados.

El horror
Debajo de esa consternación, acecha otro horror que tampoco nos deja dormir tranquilos: saber que dentro de cada ser humano -dentro de cada uno de nosotros, de usted, de mí y de nuestros seres más queridos- está la misma fiera agazapada.

Nos gustaría afirmar que el presunto asesino no es humano. Distanciarlo de nosotros. Saber que nada tiene que ver con sus vecinos. Que desde pequeño era una mala persona que hacía daño a todo el mundo. Pero, desgraciadamente, no ha sido así.

El presunto asesino era un niño alegre que no se destacó por hacer maldades. Después fue un joven muy sociable y trabajador. Más adelante trabajó en asuntos sindicales y fue elegido delegado por sus compañeros. Era simpático y muchísima gente lo apreciaba. Hasta que un día mató a su ex amante.

Por qué. En qué lugar tan oscuro de su mente se ocultaba la fiera. ¿Estaba la alimaña agazapada allí desde que nació o empezaría a crecer en su niñez, en su adolescencia, en su madurez? ¿El hombre es bueno y la sociedad lo pervierte o será exactamente lo contrario? ¿Tiene razón Rousseau o Tomás de Aquino? ¿No será tan bueno el buen salvaje? ¿Es preferible no pensar en estas cosas y limitarse a castigar a los culpables? ¿Basta con esto para exhorcizar el horror y espantar las tinieblas de nuestros corazones?