sábado, 22 de agosto de 2009

El estrambótico libro de don Pedro de Mesa

La fortuna rueda de forma caprichosa. A veces, parece transitar enloquecidas órbitas y, en otras ocasiones, no quiere entender de enchufes, mangas ni recomendaciones. Tampoco de méritos. Hoy te regala una mina de cal y mañana te llena los ojos de arena.
Con el tinerfeño don Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo no tuvo miramientos y describió un extraño giro el día en que este personaje salió de Madrid camino de Sevilla. Las intenciones de don Pedro Joseph eran embarcarse hacia un glorioso destino americano, donde le esperaba el cargo de Gobernador.De la Corte partió un carruaje que en su interior contenía a este caballero canario contento, quimérico y confiado. Los corceles correteaban por las calzadas que conducían a los puertos fluviales de la antigua Hispalis. El viajero sentía el pecho inflamado de legítimo orgullo; sus exultantes pulmones reclamaban el aire fresco que bajaba de la cordillera hasta las campiñas de la cercana Sevilla.Don Pedro Joseph sacó su insigne cabeza por la ventanilla y contempló el planeta deslizándose a velocidad de vértigo bajo las ruedas. ¡Ah, el mundo a sus plantas! Sacó los hombros fuera. Un hombre de su valía no podía permanecer encerrado tanto tiempo. Necesitaba más espacio. Seguramente, el propio Santo Domingo estaba bendiciéndolo en ese preciso instante desde su lugar exclusivo en el reino celestial. Don Pedro Joseph se alongó algo más por la ventanilla y cerró los ojos, sintiendo el céfiro bendito lavando su rostro sabio, penetrando en su… Algo crujió. Se desprendió la puerta del carruaje. Don Pedro miró hacia abajo y observó horrorizado cómo el camino se precipitaba hacia su cabeza.
Noventa y nueve pasos más adelante, el defenestrado vehículo se detuvo. El conductor y el resto de los pasajeros se apearon y pudieron contemplar el cuerpo tendido boca abajo, inmóvil, con la oscura ropa cubierta de tierra. El torso de don Pedro continuaba incrustado en la puerta del carruaje. Despatarrado, cual nuevo Ícaro de vuelo raso, parecía haber desarrollado unas alas de madera que le conferían un ridículo aspecto pajaril.
El prudente cochero no se atrevió a decir en voz alta que en esos momentos don Pedro se parecía más que nunca a un auténtico canario. Se limitó a darle la vuelta y comprobar que la caída había sido mortal. Era el día 17 de agosto de 1738 y resultó evidente que la suerte no viajaba en aquel carruaje. Probablemente, en ese mismo instante, la diosa Fortuna se encontraba a miles de kilómetros, contemplando con emoción cómo el rey Carlos VII de Nápoles, y pronto Carlos III de las Españas, colocaba el anillo nupcial a su amada y rubia María Amalia de Sajonia, nieta del Emperador del Sacro Imperio.



El día 14 de octubre de 1773, en La Gaceta de Madrid apareció una noticia que anunciaba la reimpresión de una obra del accidentado y difunto don Pedro Joseph de Mesa que había dado mucho que hablar y más que reír. La edición anterior se había agotado desde hacía tiempo y sus ejemplares eran buscados con auténtica avidez por la aristocracia, la intelectualidad, el ejército, el clero y el pueblo llano de la Corte, hermanados todos en el común cachondeo.


Para sus propias obras hubieran deseado don Francisco de Quevedo y Villegas o don Pedro Calderón de la Barca un interés tan desmedido, una atención tan prolongada, una avidez en tan sumo grado. Sin embargo, ese privilegio, reservado a unos pocos elegidos de los dioses, correspondió a otro libro, cuyo escueto título es el siguiente:

Ascendencia esclarecida y progenie ilustre de Nuestro Gran Padre Santo Domingo, Fundador del Orden de Predicadores: Ocurrencias vulgares sobre los fundamentos en que se ha procurado introducir duda en la sentada verdad de ser Santo Domingo N. P. descendiente de la nobilísima Casa de los Guzmán: Debaxo del patrocinio del gloriosísimo Abad de los Silos Santo Domingo, segundo Moysés, y gran Taumaturgo español; y por mano de la Excelentísima Señora la Señora Doña Francisca Xaviera Bibiana Pérez de Guzmán el Bueno, Duquesa de Osuna.

La primera edición de este libro había visto la luz en Madrid, en el año 1737. Su autor era don Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo (1). Procedía de una ilustre familia de La Orotava, en la isla de Tenerife, descendiente de conquistadores y destripaterrones aristocráticos.
La intención de don Pedro era colocar a Santo Domingo en una situación de privilegio, pues le parecía que el título de Santo le resultaba demasiado corto a sus grandes méritos. Al fin y al cabo, ¿qué valor tenía un santo al lado de un duque o de un príncipe? Evidentemente, poco.
Así que don Pedro procedió según sus costumbres familiares, es decir, de la única manera que sabía hacerlo la aristocracia urbana y agraria canaria: inventándose antepasados de alcurnia y títulos tan innumerables como ficticios. De manera que la familia de Domingo de Guzmán, gente de mediana nobleza castellana –por parte de su abuela, doña Godo González– y de mediana santidad cristiana –su madre fue la beata Juana de Aza y sus tres hermanos, los beatos Manés, Conrado y Antonio–, se transformó en una familia de reyes y duques, gracias a las habilidades literarias y genealógicas de mi paisano, el canario Mesa, que llegó a emparentarlos con el mismísimo Guzmán el Bueno, el cual debió engendrar algún descendiente más que no fuese su apuñalado hijo.
Poco después de su aparición, el libro se hizo famoso, gracias a un escrito de siete páginas publicado en Salamanca por el conocido jesuita Padre Luis de Losada. Lo tituló:

Carta familiar a don Pedro Joseph de Mesa Benitez de Lugo, autor del libro intitulado Ascendencia de Santo Domingo de Guzman por Luis Lopez, beneficiado y cura proprio de la Villa de Morille en el Obispado de Salamanca.

Analizaba en clave de humor el libro de Mesa y se armó tal cachondeo en la Corte que todo el mundo corría a comprar la obra del canario como si fuera el mejor libro de chistes.
Luis Losada, vista la buena acogida de su Carta, volvió a las andadas y pronto dio a conocer su

Vida y salud de la famosa carta familiar del cura de Morille, sobre lo Guzman del Glorioso Santo Domingo, certificada contra su vano entierro, en otra carta del mismo cura à un amigo suyo de Valladolid.



En la Gaceta de Madrid, correspondiente al 28 de enero de 1738, apareció este anuncio del libro de Pedro Mesa: "Ascendencia esclarecida de Santo Domingo de Guzmán, su Autor don Pedro Joseph de Mesa Benitez de Lugo; en la Porteria del Convento de Nuestra Señora del Rosario de esta Corte."


Y ya fue el acabose. Como si se tratara de pan caliente, se agotó la edición del libro de marras en un pispás. Don Pedro de Mesa Benítez de Lugo estaba en la gloria. ¡Sus méritos literarios y religiosos reconocidos por el orbe entero! ¡Ya nada ni nadie detendría su brillante carrera hacia los más rutilantes títulos nobiliarios ni hacia los cargos más ambicionados del borbónico Imperio!

Naturalmente, no faltaron terceras partes y, según noticia de Diego de Torres y de Joseph de Viera y Clavijo, que aún no he podido verificar, un gracioso publicó:


Entierro de la Carta familiar del Cura de Morille a favor del glorioso Santo Domingo, por un Sacristán de Canarias.



En la Universidad de Salamanca se encuentran depositados varios escritos de Luis de Losada al Santo Oficio, aludiendo a sus famosas Cartas del Cura de Morilles.

Ensoberbecido por el éxito, a excepción de cierto cabreo incial que tuvo la virtud de hacer florecer otros divertidos escritos, don Pedro no se enteraba de la misa la mitad. Sin embargo, ante tanto cachondeo intervino el inefable Santo Oficio –con tantos dominicos viviendo de, en y para sus entrañas– con la intención de prohibir esta Carta. En mala hora, porque un funcionario de la misma Santa Inquisición se equivocó al interpretar las órdenes superiores y el que resultó prohibido fue el libro del pobre don Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo.

Don Pedro saltó como un basilisco. Ante sus airadas protestas, los del Santo Oficio tuvieron que imprimir en la cubierta del tomo segundo la siguiente frase:

Declárase que lo puesto en el tomo segundo, donde dice; ‘Don Pedro Joseph Benítez de Lugo, su libro intitulado, Ascendencia de Santo Domingo de Guzmán, se prohibe’, ha sido equivocación, porque el dicho libro no está prohibido, y solo lo está la ‘Carta familiar escrita á Don Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo’, según y en la forma que se halla en el tomo I de dicho nuevo Expurgatorio al fol. 276 col. I, y de esta declaración se ponga allí una nota.




Página del Índice de la Inquisición corrigiendo un error que fue la rechifla de media España.


Ni que decir tiene que la rechifla general llegó a niveles nunca vistos. Claro que don Pedro José también tuvo sus defensores, como don Diego de Torres, Astrólogo y Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Salamanca, autodenominado Piscator Mayor de Salamanca y autor de multitud de libros estrafalarios (2). Cada año, el doctor Torres publicaba un calendario en el que pronosticaba para toda Europa, en un tono que debió envidiar hasta su ilustre enemigo Benito Jerónimo Feijoo, las enfermedades que llegarían en cada estación, el estado de las plantas, de los animales y de los astros, y todas esas cosas que la Astrología y el Santo Oficio le aconsejaban publicar para fortalecer las almas y los cuerpos de tanto pecador de la padera. Tiene el doctor Torres libros tan curiosos e imprescindibles como el titulado

El gallo español: respuestas dadas al Conde Meslay; por qué el gallo canta á las doze de la noche en Portugal, y llevado á Francia canta a las mismas doze siendo assi, que ay una hora de diferencia.

Pues bien, este dechado de sabiduría dedicó muchas páginas a defender al canario Mesa y sus disparates. Puede encontrarse su hilarante alegato en el Tomo Undécimo del Segundo Libro de una recopilación de su obra, citada más abajo. El capítulo que nos interesa es:

Soplo a la Justicia, alentado por el general escándalo y particular miedo.

El doctor don Diego de Torres y Villarroel, nos aclara de qué va el asunto:

De las excusadas disputas é impertinentes disputadores de la innegable é indeleble nobleza del Excelentísimo y Santísimo Padre Sto. Domingo de Guzmán El Bueno.

Y ya la liamos, porque la referencia a El Bueno nos proporciona las claves y los puñales de su discurso antes de que comencemos a leerlo.


He aquí la portada del citado libro del astrólogo Diego de Torres

Torres aprovecha la defensa del canario para emprenderla de manera ladina contra el jesuita Losada, compañero catedrático en la misma universidad de Salamanca. Y, menos lindo, lo llama de todo. Además,

Detrás de estos papeles impresos se ha destacado otras sátiras manuscritas, y diferentes coplones; y finalmente han salido aquellos bergantes y públicos madicientes de Perico y Marica, irritando las paciencias, afrentando las honras, y rompiendo por las leyes de Dios, y la gloria de sus Santos.

Respecto a los cabreos iniciales de don Pedro Joseph sobre la contestación de Losada, nuestro Piscator Mayor afirma que la población está convencida de que

si se mostró quejoso, ó colérico, que se le debe perdonar, porque al fin ningún hijo sufre bien que le revuelvan los huesos al padre que le engendró. Para quien no encuentran disculpa es para el Cura, quiera Dios que él la tenga con su Magestad y con Santo Domingo, que el vulgo poco importa que quede rabioso contra él, contra su Carta, su vida y su salud.

Como pueden apreciar, el tal Torres se las traía en lata. ¡Vaya mala uva se gastaba el astrólogo con el cura de Morilles, es decir, con el jesuita Losada, su compañero! Y así continúa, siempre en el mismo tono, durante las catorce páginas que contienen su alegato, que se vuelve gracioso por lo disparatado. Peor defensor no pudo tener nuestro celestial genealogista isleño.
Pero, en cualquier caso, don Pedro Joseph se las arregló para ser provisto de un Gobierno para América. Como es de sobra sabido, España siempre ha hecho gala de una particular inclinación a compensar los esfuerzos de sus grandes hombres. Y don Pedro había demostrado ser un fénix de las letras genealógicas, moviendo las risas, las plumas y las pasiones de los más delicados clérigos y cortesanos.
Lástima que antes de llegar a Sevilla le sucediera el accidente que le produjo la muerte, al caer del carruaje al duro pavimento del camino. ¡Quién sabe cuál habría sido su siguiente estudio genealógico y cuántas diatribas habría despertado!
Podemos concluir que la muerte del genio isleño fue fruto del destino, del azar o de la providencia, pero en cualquier caso ha de considerar la persona de buen juicio lo pasajeras que son las glorias de este valle de lágrimas, donde los éxitos del amanecer se trocan en llantos a mediodía y en reposo eterno a la hora de merendar. Sea como fuere, y aun a su pesar, don Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo logró descansar sin más incidentes en la bóveda de la Orden Tercera del Real Convento de San Pablo, sin repetir la osadía de sacar la cabeza fuera de su estrecha morada en estos más de dos siglos y medio transcurridos. Allí continúa, do fueron sus huesos a parar, después de que las eruditas páginas de su magna obra procurasen las más excitantes veladas de asueto y carcajeo que haya conocido jamás la Villa y Corte imperial.
Este singular personaje dejó cola, puesto que, además de aparecer leves rastros de su obra en Amazon punto com Books, su nieta, doña María Mesa, se desposó, en el siglo XVIII, con otro caballero canario, nacido en Chipude (isla de La Gomera), cuya historia también merece ser rescatada del olvido. Así lo haré, si tengo salud y tiempo, pues documentación sobre este asunto hay de sobra.


Notas

1. El tronco familiar de Pedro Joseph de Mesa Benítez de Lugo proviene de un andaluz de Sanlúcar conocido como El Tuerto (Pedro Benítez de Lugo, hijo de Juan Benítez e Inés de Lugo) que vivió algo más de un lustro en Tenerife, entre el final del siglo XV y el principio del XVI.


2. Diego de Torres Villarroel era un pseudo intelectual pícaro, arrimado a la ideología más rancia de su tiempo, buscando siempre el favor de los poderosos y denunciando ladinamente al Santo Oficio a los autores de ideas ilustradas, como Benito Feijoo o Luis Losada. Escribió una autobiografía, titulada Vida, que en opinión de Juan Valera «Puede considerarse como una novela picaresca.”
El propio Torres escribió en esta maquillada historia de su vida que «Lo que puedo asegurar es que en las vidas de Domingo Cartujo, Pedro Ponce y otros ahorcados no se cuentan ardides ni mañas tan extravagantes ni tan risibles como las que inventaba mi ociosidad y mi malicia.» Y así continuó hasta el final de su vida, aunque autores como Arturo Berenguer Carisomo opinan que no se puede incluir esta obra dentro del género picaresco –indefinible, según Lázaro Carreter–, dado que no aparece en ella ningún rastro de erotismo.
Comenta Eugenio Suárez-Galbán, (De la vida de Torres a la de Lázaro de Tormes ..., Duke University):

No ignoramos, por otro lado, que si Lázaro se opone a “los que heredaron nobles estados” en esa subida por la escala social, Torres fue más bien empleado servicial, y hasta sumiso, de la nobleza de su tiempo [...].

En realidad, nunca ha dejado de interesar Torres Villarroel, por lo estrambótico. Baste decir que su obra recopilatoria de Pronósticos (14 volúmenes) se reimprimió en 1797, treinta años después de su muerte o que su Vida (Ediciones La Lectura, Madrid, 1912) volvió a ver la luz en a principios del siglo XX (también ha habido ediciones en Castalia, 1972; Taurus, 1985; etc.), provocando artículos más o menos apasionados, como el del jesuita A. Pérez Goyena (revista Razón y Fe, enero-febrero de 1913) en que propina, con la acostumbrada finura de la Compañía, una buena zurra a José de Lamano y Beneite, que se había erigido en defensor de Torres en un folleto publicado en 1912.
En un trabajo reciente, La vida de Diego de Torres Villarroel y su tiempo, Juan Fernando Valenzuela Magaña expresa la siguiente opinión sobre el Piscator salmantino:

Es Torres Villarroel un autor sin duda escurridizo. Lo fue en su tiempo, en el cual debió de provocar extrañeza la mezcla resultante de su explicable fama de extravagante, brujo y astrólogo y de catedrático de la Universidad de Salamanca; y lo sigue siendo hoy, pese a un nuevo interés por su obra lejos del reiterado tópico que lo despacha como epígono del barroco o último pícaro, y que está cosechando interesantes frutos.
La crítica destaca en este autor aspectos de gran modernidad, como el de ser el primero que edita sus obras por suscripción pública, y de erróneo conservadurismo, como el de seguir manteniendo la teoría astronómica ptolemaica en un mundo en el que Copérnico y Newton representaban la vanguardia científica. Pero no es esto, a mi juicio, lo que lo hace escurridizo (ni siquiera lo haría complejo). Lo determinante en este sentido es que, a diferencia de su contemporáneo Feijoo, no sabemos bien a qué atenernos respecto a sus verdaderas ideas. ¿Creía realmente Torres en sus pronósticos y en la influencia de los astros? ¿En qué medida? ¿Es sincero en ese desprecio al claustro de la universidad salmantina o se trata de despecho por no ser reconocido como uno más en él? ¿Está satisfecho o arrepentido de la etapa picaresca de su vida? ¿Estaba tan en contra de Martín Martínez y Feijoo como la polémica sostenida con ellos parece a primera vista sugerir? Con todas las reservas propias de un juicio sobre la vida de otro hombre y de una obra en la que se pretende autodibujar, intentaremos aclarar el papel que la Vida de Diego de Torres Villarroel ocupa en el panorama cultural de su tiempo.


Referencias bibliográficas
Losada, Luis A.: Carta familiar a don Pedro Joseph de Mesa Benitez de Lugo, autor del libro intitulado Ascendencia de Santo Domingo de Guzmán. Impr. Salamanca. 1737 [?].

Vida y salud de la famosa carta familiar del cura de Morille, sobre lo Guzmán del Glorioso Santo Domingo, certificada contra su vano entierro, en otra carta del mismo cura à un amigo suyo de Valladolid. Salamanca. Impr. 1738 [?].

Mesa Benítez de Lugo, Pedro Joseph de: Ascendencia Esclarecida, y progenie ilustre de nuestro gran Padre Santo Domingo, Fundador del orden de Predicadores [...]. Imprenta de Alonso de Mora. Madrid. 1737.

Pérez Morera, Jesús: El árbol genealógico de las órdenes franciscana y dominica en el arte virreinal. Anales del Museo de América, 4. Museo de América. Madrid. 1996. Págs. 119-126.

Supremo Consejo de la Santa General Inquisición: Índice último de los libros prohibidos y mandados expurgar para todos los reynos y señoríos del católico rey de las Españas, el señor don Carlos IV (resgistros desde 1747 a 1789). Imprenta de Don Antonio de Sancha. Madrid. 1790. Pág. 25.

Torres y Villarroel, Diego de: Soplo a la Justicia, alentado por el general escándalo y particular miedo. En recopiltorio de las Ideas extractadas de su Pronósticos. Libro Segundo. Tomo XI. Imprenta de a Viuda de Ibarra. Madrid. 1798. Pags. 358-372.

Viera y Clavijo, José de: Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria. Tomo IV. Imprenta de Blas Román. Madrid. 1776. Págs. 561-562.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Di que sí


A Santiago Medina Cáceres lo encontré en Lanzarote. Podría decirse que nos conocimos mientras lo entrevistaba para un documental. Su historia era sorprendente y me motivó a realizar la película "Lanzarote, la isla estrellada"; sin embargo, lo que más me impresionó de sus respuestas fue que casi siempre las comenzaba con un "Sí".

Durante toda mi vida, solamente había conocido a otra persona que dijera tantos síes. Fue en mi adolescencia, cuando todavía no poseía la suficiente madurez para comprender el privilegio que el azar me había deparado al poder estar junto a una persona tan afirmativa. En el colmo de mi estupidez, incluso llegué a pavonearme de que me aburría alguien que contestaba tantas veces "Sí".

Naturalmente, he conocido a mucha más gente que responde con el "No", antes de pensar siquiera lo que va a decir a continuación. El caso más llamativo es el de un catedrático universitario de Historia al que entrevisté hace unos años sobre el tema de la masonería. Con la mejor voluntad, quise remitirle anticipadamente un cuestionario por email, a fin de que preparase sus respuestas lo mejor posible, puesto que se emitirían por televisión. Me contestó que él siempre llevaba listas sus contestaciones y que era yo quien debía elaborar bien lo que deseaba preguntar.

Quedé admirado ante tanta pedantería, pero hice lo que me sugirió. Llegado el día de la entrevista, yo llevaba escrita en un folio la batería de preguntas. La había confeccionado a partir de los libros publicados por este profesor. En realidad, cada cuestión era un párrafo del texto escrito por él mismo, al final del cual le preguntaba si estaba de acuerdo en su contenido.

Pues bien, cada punto era contestado invariablemente con un "No" y una sonrisa de autosuficiencia. Después de un rato demostrando que mi afirmación -es decir, la suya- era una estupidez, el sabio profesor daba la vuelta al asunto y regresaba al punto de partida para terminar diciendo lo mismo que el párrafo leído por mí.



Así, durante más de media hora. Cuando traté de editar aquel vídeo, que aún conservo completo como una rara joya, no pude sacar más de diez segundos de discurso coherente.

No sé cuántas veces he visto esa filmación, pero siempre termino sorprendido. Fue ésta la primera vez que me puse a observar las respuestas afirmativas y negativas como manifestación de la personalidad de un individuo. Advertí que quienes negaban, como norma habitual, cualquier proposición ajena eran personas poco solidarias, cuya meta se resumía en destacar a cualquier precio e imponer sus criterios sin tener en cuenta otras opiniones. Para mi sorpresa, descubrí que el número de personas que decían "No" a priori era más elevado del que podía sospechar. Fue asombroso darme cuenta de que toda esa gente mostraba, en el fondo, una gran inseguridad en lo que creía, en lo que pensaba, en lo que sabía,... excepto, en afirmar sus privilegios negando a los demás los suyos.

Por esas fechas, se había establecido, cerca de la ciudad donde vivo, una mujer centroeuropea que comenzó a impartir unos talleres terapéuticos que ella denominaba "Baile del No". Consistía en acostumbrar a los participantes a decir "No" en cualquier situación de su vida diaria, evitando lo que ella consideraba la debilidad de un ser oprimido. Creo recordar que todo el alumnado era femenino, excepto un hombre.

Nunca asistí, pero una persona muy cercana a mí comenzó a participar en esos bailes. Yo estaba extrañado de aquella decisión, porque no era precisamente de las que decían "Sí" por las buenas. Por ejemplo, si uno le preguntaba si había visto tal o cual cosa que estaba buscando, su respuesta automática era siempre "No". De esta manera, comenzó a asistir a las clases una o dos veces por semana.

El resultado fue que esta persona entró en una depresión profunda que le duró más de un año. Le aconsejé muchas veces que dejase de frecuentar aquel desatinado taller de baile. Sólo accedió a ello cuando los tratamientos de los psicólogos a los que acudió no tuvieron éxito.

Unos meses después de abandonar aquella absurda terapia de la insolidaridad, comenzó una lenta recuperación. Sin embargo, nunca se repuso del todo y una especie de egoísmo enfermizo se aposentó en su interior y generó una infelicidad profunda que se retroalimenta en la negación perpetua. Como colofón a este desatino de la negatividad, la propia profesora del "No" también cayó en una grave depresión que no le permitió continuar impartiendo sus cursos.

He conocido también a personas que se han gastado una auténtica fortuna para participar en talleres y seminarios destinados a ver la vida de manera positiva. Aprendieron a afirmarse en todo lo que les convenía a ellos mismos y a negarse en todo lo que le importara a su prójimo. En realidad esas pseudoterapias compartían el mismo fondo y lograban idénticos resultados que los bailes del "No".

Con estas experiencias propias y ajenas en las alforjas, se comprenderá mi sorpresa al encontrar a un hombre cuyas frases comenzaban con un "Sí", que hablaba de una manera tan afirmativa y, al mismo tiempo, luchaba como un león por sus derechos, por los de su familia y por los de sus conciudadanos sin vender su alma al diablo ni al vil metal.

Ese día comencé a valorar de manera superlativa la importancia de contestar "Sí", en el sentido de aceptar la opinión de nuestros interlocutores, sin perjuicio de mostrarles cuál es nuestra postura respecto a cualquier asunto en el que no estemos de acuerdo.

Y, con baile o sin baile, creo que ésta es una magnífica terapia para curar tantas depresiones nacidas de la misma raíz: el egoísmo humano.

viernes, 14 de agosto de 2009

Y el gris impone su discurso.

[A vosotros, miembros del Consejo de Seguridad]


Sujeto, verbo y complemento.
Nosotros escuchamos las disertaciones.
Vosotros fabricáis las armas.
Ellos sufren el hambre.

Interrogación, coma, punto e interjección.
¿Sus derechos? Casa, trabajo, comida, medicina y ocio.
¿Sus epidemias? Sida, tuberculosis, lepra y malaria.
¿Vuestra respuesta? ¡Guerra preventiva y crisis financiera!

Recurrrencias.
¿Por qué ellos no tienen agua?
¿Por qué ellos no tienen alimentos?
¿Por qué ellos no tienen medicinas?

Metáforas.
Es madrugada sin cesar.
En la Asamblea llueven versos.
Y el gris impone su discurso.

Sustantivo, adjetivo y pronombre.
Especulación, iniquidad, codicia.
Funesto, inmoral, arbitrario.
Vosotros, vosotros, vosotros.

Voz activa, pasiva y reflexiva.
Vosotros retabilizáis las guerras.
Las armas son vendidas por vosotros.
¿Quién se cree que buscáis la paz?

Pasado, presente y futuro.
Ayer, decíais que si queríamos la paz, preparásemos la guerra.
Hoy, decís que hacéis la guerra para preparar la paz.
Mañana, diréis que no existe diferencia entre preparar la guerra y preparar la paz.

Condicional, futuro imperfecto y futuro perfecto.
La distribución de la riqueza, la educación y la paz serían posibles sin vosotros.
¿Seguiréis gobernando los mismos truhanes el mundo para siempre?
Un día, la humanidad habrá encontrado el camino de la justicia internacional.

martes, 11 de agosto de 2009

PEDIRLE PERAS AL JUEZ



Oigo voces escandalizadas por las sentencias judiciales que están apareciendo cuando se juzga a políticos importantes de la derecha española. Hasta hay quien habla de un presunto golpe de estado por parte de la judicatura. Son unos exagerados. Yo me pregunto cómo es posible que alguien se sorprenda todavía de que una buena parte de los jueces españoles sea incapaz de condenar a estos agusanados caballeros de armaduras caras y relucientes, aun reconociendo que han vulnerado las leyes. Ya digo, hay quienes se espantan con esta conducta judicial, pero a mí me parece de lo más natural. Me explicaré.
Que yo sepa, con pocas excepciones, los jueces en España no están acostumbrados a juzgar y condenar a gente encumbrada de la derecha. Ni antes del régimen de Franco, ni durante el franquismo ni en los años posteriores a la muerte del galleguísimo. Los jueces son personas históricamente adiestradas en juzgar y condenar a la izquierda. Antes, durante y después de las Cuarenta en Bastos que se cantaron entre 1936 y 1975.
Sin ese entrenamiento, no se podría entender la gran diferencia que existe entre la complacencia actual y la escabechina que hicieron con los socialista durante la última etapa de Felipe González. A nadie se le ocurrió protestar, porque todos estábamos convencidos de que los jueces estaban condenando a unos chorizos corruptos. Todo iba sobre ruedas, dado que la maquinaria judicial estaba entrenada y engrasada para ese cometido: meter a los rojos entre rejas. Y, si estaban pringados en delitos económico o de cualquier otro tipo, miel sobre hojuela.
No obstante, ahora, por primera vez, los jueces se enfrentan a algo nuevo para ellos, en lo que no están ejercitados: juzgar y sentenciar a políticos corruptos de la derecha. Y reaccionan como reaccionaría cualquier albañil a quien se le pidiera derribar su propia casa. Así que no les culpo.
Culpo a los partidos de izquierda y de centro que habiendo tenido responsabilidades de gobierno no han creado las condiciones necesarias para impedir que se perpetuara la mentalidad rancia y anquilosada que impera en el estamento judicial desde hace años, lustros, décadas, siglos. Desde que las judicaturas inquisitorial y civil eran dos dedos de la misma mano, al servicio de las mismas cabezas, de los mismos intereses restringidos, con los mismo demonios de la libertad que someter.
De manera que ahora toca envainarse esta desmesura, sin tratar de remediar en cuatro días lo que ha tardado más de cuatro siglos en fraguar. Como decía Benito Pérez Galdós, no se puede derribar una montaña a bayonetazos.
La derecha judicial y política va a salir triunfante de este asalto. Lo mejor sería que los socialistas se pusieran a trabajar con seriedad en una profunda reforma de la justicia. Una transformación que oxigene todos sus estamentos, desde los notarios y procuradores hasta los jueces y fiscales. Eso es más urgente que dotar de ordenadores los juzgados. Lo contrario sería continuar cantando la copla popular asturiana, ésa que dice:
A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene.
Metí la mano en el agua,
la esperanza me mantiene.

EL TIPO DEL TRAJE BLANCO


Éste es un relato sobre cómo puede uno empezar a leer un libro que trata de un judío nacido en una isla griega, encontrar después un acumulador de orgones en un patio de Nueva Orleáns y terminar corriendo detrás de un alemán que tenía más de Lázaro que de ciego. Síganme y verán que es cierto lo que les digo.

A veces, cuando leo un libro, siento la necesidad de releer, de manera simultánea, otro ya casi olvidado, bien sea porque me lo evoque algún pasaje o por otras razones, a veces misteriosas razones. Lo cierto es que volver a esa segunda obra me potencia el “sabor” de la primera, realizando la misma función que un poco de sal sobre un huevo frito o un mojo picón en unas papas arrugadas. O un calzo en la pata de una mesa que se tambalea. Así fue como tuve la necesidad de ir a una biblioteca cercana para buscar la novela En el camino, de Jack Kerouac.
Antes de mi visita a la biblioteca, llevaba un par de días entusiasmado con la novela Solal, de Albert Cohen. Una auténtica delikatesse, publicada en la década de 1930, salpicada de sabiduría, sandeces y ocurrencias. Nada mejor para penetrar en los secretos de la conducta humana que un poco de humor bien administrado por un autor perspicaz que sabe meter la pata en el momento preciso. Si la lectura se realiza durante los rigores del verano, estas cualidades literarias se agradecen aún más. Y yo estaba encantado.


Albert Cohen (1895-1981) y dos portadas de ediciones francesas de su Solal.

Cuando iba por la mitad de la obra, se presentó sin avisar la necesidad de buscar sal para la yema. Ya me entienden, un calzo. No es que me aburriera la lectura de Solal, al contrario; pero necesitaba tener a un viejo conocido al alcance de la mano, un copiloto. Las peripecias de Solal, el protagonista de la novela de Cohen, se mezclaban con mis recuerdos de Sal, el protagonista-narrador en primera persona de En el camino. Lo cierto es que son pocas las cosas de una historia que recuerdan a la otra, exceptuando que:
a. Ambos relatos son protagonizados por un joven que anda dando tumbos de acá para allá –uno en Europa y otro en América–;
b. Algunos personajes suelen leer con el libro en las rodillas; y
c. La comida falta de vez en cuando.

Los críticos hablan de que Solal busca profundas respuestas a preguntas existenciales profundas y achacan al protagonista de En el Camino idéntico delito. No lo creo. Basta que una obra se haga famosa para alguien comience a pregonar estas mismas majaderías sobre su protagonista: desde El Alonso Quijano de Cervantes hasta la Madame Bovary de Gustave Flaubert, desde el Aureliano Buendía de Gabriel García Márquez hasta el viejo Santiago de Ernest Hemingway. ¡Qué manía trascendentalista!

HENRY JAMES Y COHEN VS. HENRY MILLER Y KEROUAC

El empleo del humor sí podría ser coincidente, pero las técnicas narrativas empleadas envuelven lo cómico en papeles de regalo diferentes: la psicología de sus personajes es revelada por Kerouac a través de una prosa que batalla de manera vana y espléndida contra lo mejor de Ernest Hemingway o fisgonea por los ojos de las cerraduras en las pensiones del Montparnasse golfo de Henry Miller. En cambio, Cohen está más cercano a Henry James cuando se trata de apretar las tuercas narrativas en los malos pensamientos de cualquier personaje.
Lo cierto es que esta lectura conjunta, puede que hasta estereoscópica, me ha proporcionado buenos ratos, mientras huía del calentamiento insular. Me gocé en Cohen, por sus juegos malabares que despliegan la versátil mentalidad mediterránea entre las gélidas nieblas del protestantismo europeo; en Kerouac, por su implacable demolición del embrutecimiento sedentario, usando como arma un nomadismo motorizado y delirante, bendecido con unas gotas de channel existencialista que se convierte en detonador y combustible del sedán literario que arrastra al lector sin mojigaterías, sin concederle un minuto de tregua.


Hudson sedan 1949, el mismo modelo que conduce Dean Moriarty en la novela de Kerouac.

SOLAL, EN EL CAMINO

Estoy cayendo en la cuenta de que sería conveniente informar de su contenido a quienes no hayan leído alguna de estas dos obras o refrescar la memoria a los que ya las conozcan.
La novela Solal relata las andanzas y amoríos del chiflado joven Solal, un judío nacido en una isla griega a principios del siglo XX o finales del siglo XIX, como el propio Albert Cohen. Una de sus primeras acciones, cuando contaba con sólo dieciséis años, es fugarse de su isla con la esposa del Cónsul francés, convertirla en su amante y abandonarla a las veinticuatro horas. A partir de aquí, su vida se vuelve una caótica sucesión de aventuras que le conducen a París, a Barcelona, a Londres, a..., Todo ello imbuido y propiciado por la imprevisión y la despreocupación total de Solal, perfecto ejemplo de la cigarra frente a la hormiga. A su vera, encontramos a personajes tan amenos como el tunante Comeclavos, su mentiroso tío Saltiel o el aguador Salomón, gordo y simple como un cura. Tampoco faltan los esperpénticos Maussane o Lord Rawdon, altos cargos políticos de Francia y Gran Bretaña, retratados con fina ironía por Cohen.
La novela principal de Jack Kerouac está referenciada en Wikipedia, obra digital comunitaria que todo intelectual de valía debe despreciar, nunca citar y siempre consultar:

“El libro comienza presentando al impulsor de la mayoría de las aventuras que tienen lugar a lo largo de la novela, Dean Moriarty, pseudónimo de Neal Cassady, quien fuera el alocado hipster que se convirtió en héroe de todos los beats. El narrador es Sal Paradise, álter ego de Kerouac, fascinado por su ecléctico grupo de amigos, por el jazz, por los paisajes de Norteamérica y por las mujeres. En el primer párrafo de la novela se puede leer Con la aparición de Dean Moriarty comenzó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera, en el que Moriarty ya es presentado como el instigador e inspirador de muchos de los viajes de Sal.
La ciudad de Nueva York es el punto de partida de la aventura, donde poco antes de la llegada de Moriarty, Kerouac/Paradise conocería a Carlo Marx (sobrenombre de Allen Ginsberg), quien pronto se convertiría en su mejor amigo en la ciudad. Sal define a Dean como el estafador santo de mente brillante y a Carlo como el estafador poético y doloroso de mente oscura. Carlo y Dean hablan de sus experiencias con sus amigos por todo el país y Sal se queda fascinado con ellos y con otros que irá conociendo más tarde en sus viajes.”

EL SOL NACIENTE HA SIDO LA RUINA DE MUCHAS POBRES CHICAS

Durante el tiempo transcurrido entre las dos veces que he leído En el camino, tuve ocasión de visitar algunos de los escenarios donde se desarrolla la obra. En realidad, si se viaja a los Estados Unidos, lo difícil es no pasar por alguno de esos lugares, porque la novela no deja carretera sin recorrer, entre Nueva York y Luisiana, entre Nueva York y California, entre Nueva York y Texas,…


La primera vez que fui a Nueva Orleáns, llevaba en la cabeza los vapores de Mark Twain combinados con la idílica descripción de una casa que aparece en la obra de Kerouac. Supongo que también habría algún retazo de La casa del Sol Naciente, en la tardía versión de The Animals, canción muy adecuada para acompañar a Dean y Sal en alguna de sus correrías por los alrededores de la calle Canal.

Había una casa allá en Nueva Orleáns,
la llamaban El Sol Naciente.
Ha sido la ruina de muchas pobres chicas
y yo, oh Dios, soy una.
Mi madre era costurera
ella cosió estos pantalones vaqueros nuevos
mi amante era un vagabundo, Señor,
allá en Nueva Orleáns.
Ahora la única cosa que un vagabundo necesita
es una maleta y un baúl
y el único momento en que está satisfecho
es cuando está bebido.

De modo que esperaba encontrar, en las riberas del río Misisipi, una multitud de chicas en jeans, paseando junto a largas hileras de casas pintadas de colorines, a semejanza de las que hay en Curaçao o las que engañan a los turistas en el barrio bonaerense de La Boca. Sin embargo, la realidad era muy distinta: resultaba imposible aproximarse al río por otro lugar que no fuese el embarcadero donde amarran el Natchez y el resto de los vapores turísticos con ruedas de palas: mi primera noche en la ciudad del jazz tuve que pasarla durmiendo sobre una maleta para impedir que me la robaran en una habitación con la puerta forzada centenares de veces: en un hotel de mala muerte, ubicado más en el intestino que en el corazón del Barrio Francés: lejos del Hilton de la calle Canal, lejos de la calle Bourbon, lejos del parque Louis Armstrong y lejos de los pringosos macdonalds junto a las paradas del tranvía. Aquel hotel era uno de esos sitios donde tanto le encantaba a Norman Mailer situar a Lee Harvey Oswald, el asesino oficial de John Kennedy, el cual siempre he pensado que tenía, mira qué casualidad, un sorprendente parecido físico con el autor de On the Road.


Jack Kerouac y Lee Harvey Oswald. ¿Se parecen físicamente?

Uno de los personajes de En el camino vive en la orilla opuesta del Misisipi, en dirección a Barataria, en una vieja y bella casa, donde hay un acumulador de orgones. En el párrafo siguiente, finalicé mi lectura ese día. Justificadamente, porque era cerca de la tres de la tarde y me entraron ganas de comer. Fue en ese instante cuando me invadió una tremenda añoranza por la comida cayún de Nueva Orleáns y, a falta de la sabrosa carne de caimán, me preparé un gran gumbo con pollo, tan picante que todavía lloro de sólo recordarlo. Después, me senté a la mesa y con el libro sobre mis rodillas evoqué el memorable desencuentro que tuve con los acumuladores de orgones de la mano de un ciego que valía su peso en oro alemán.

EL CIEGO EN EL CUATRO LATAS

Sucedió en Alemania, en el año 1984. Iba con una amiga desde Bremen hasta Berlín. Teníamos coche, pero si encontrábamos gente que quisiera viajar con nosotros, la gasolina nos saldría gratis. El mismo Kerouac había utilizado este método unos treinta años antes. Por medio de una agencia de auto-stop, aparecieron dos personas: una estudiante que iba a pasar el fin de semana corriéndose una juerga en los subvencionados territorios que encerraba el Muro y un ciego joven, rubio y sonriente.
Llegado el día, recogimos a ambos. Siento no recordar demasiado de la chica. Del invidente sí: iba vestido con un elegante traje blanco, unas gafas negras y un bastón que movía incesantemente, aunque no estuviera caminando. En realidad, el bastón parecía vestirlo más que la chaqueta. Mi amiga y yo entendimos que se dirigía a Berlín para recoger un órgano que le habían fabricado. Le pregunté si pretendía traer el órgano en el coche, un pequeño Renault 4 latas. Respondió que sí. Las medidas era, aproximadamente éstas: 1,50 m x 1,00 m x 1,30 m. A mí me parecía mucho bulto para tan poco coche, pero como el vehículo no era mío, opté por cerrar el pico.
Por su parte, el ciego no daba pie con bola. Durante el viaje, cada vez que nos deteníamos, el hombre se iba golpeando en todos los postes, mesas, sillas, puertas, niños y ventanas que hubiera a su paso. A veces, no parecía sino que se desviaba de su camino para ir a tropezar con algo. Nos tenía el corazón encogido.


Yo me preguntaba cómo cargaríamos el órgano en el 4 Latas...

Además, como nunca encontraba su cartera, me vi en la obligación de pagar sus comidas y bebidas con mi dinero. No comía poco el caballero, pero yo no quería ser desconsiderado con una persona tan desvalida como parecía aquel presunto José Feliciano criado en la nieve. Quién sabe si algún día me dedicaría una canción, rememorando un húmedo viaje en que no dejó de llover ni un solo minuto. Incluso, tuve la delicadeza de ponerle una moneda cuando se detuvo a jugar a las máquinas tragaperras en una zona de descanso. Siempre fui muy atento…
Llegamos a Berlín sin que parase de llover. Dejamos a los pasajeros en sus respectivos destinos y nosotros fuimos a un apartamento en el elegante barrio de Kreutzberg. Afortunadamente, cuando llegamos todavía no habían derribado aquel edificio en ruinas y pudimos pasar allí dos noches sin mojarnos.

UN ACUMULADOR DE ORGONES Y UN MILAGRO

El domingo por la tarde, nos dirigimos a recoger al ciego en una dirección de Charlottenburg. Pese a que la lluvia era débil, no había cesado de caer agua. Aparcamos en Kastanienallee, aunque más propio sería decir que atracamos. Allí estaba el hombre de las gafas negras y el vestido blanco, sonriendo beatíficamente debajo de un inmenso paraguas. Su traje continuaba inmaculado, pese a la que estaba cayendo.


Kastanienallee, una avenida de Charlottenburg, un barrio señorial de Berlín.

Nos hizo señas de que entráramos en un portal. No había ascensor. Comenzamos a subir escaleras. Los pisos de esta zona berlinesa poseen una altura considerable. En la cuarta planta, teníamos que recoger el encargo. Lo que yo me pregunta era: ¿Cómo rayos vamos a bajar el órgano por estas escaleras, sabiendo de antemano que el muchacho no va a ser de gran ayuda?
–¿No pesará demasiado? –le pregunté.
–No hay problema, lo llevaremos desarmado.
–¿Desarmado? ¿Cómo vas a desarmar un órgano?
–¿Un órgano? –se asombró mi ciego– ¿Qué órgano?
–¿No es un órgano? ¿Entonces, qué es, una guitarra?
–Es un orgón.
–¿Un orgón?
–Una máquina acumuladora de orgones.
–¿Como las de Wilhem Reich?
–Una de esas, pero modernizada y mucho más potente.
Pensé que quizás el pobre muchacho tenía esperanzas de recuperar la vista metiéndose dentro del acumulador. No quería ser descortés, pero moví la cabeza y exageré la cara de asombro, sin poder evitarlo. Al fin y al cabo, no podría verme.
–Bueno –comenté en un tono que debió sonar muy falso, sin poder sospechar que estaba pronunciando la profecía de un milagro–, supongo que con ese aparato uno se cura de cualquier cosa.
Tocamos en la puerta durante diez minutos. No se abrió. Esperamos casi una hora más en el rellano, pero tampoco apareció nadie por allí.


Wilhem Reich sentado en su acumulador de orgones.

El ciego se lamentaba. Nosotros tratábamos de consolarlo. Finalmente, lo convencimos para regresar a Bremen. La chica había llamado por la mañana, diciendo que el resacón le aconsejaba no moverse durante unos días de Berlín.
El viaje de vuelta fue igual que el de ida, con el añadido de algunos ignorantes comentarios sobre Reich, el más pintoresco psicoanalista alemán: impresionante ejemplo de cómo una persona inteligente y cuerda puede convertirse en un chivo loco si se le ocurre llevar las teorías psicológicas a sus últimas consecuencias.
Nos acercábamos a nuestro destino. Seguía lloviendo. Yo pensaba que aquel viaje era para no olvidarlo. Pero todavía me esperaba la sorpresa más grande.
Decidió apearse mi ciego en la estación de ferrocarril de un pueblo cercano a Bremen. Como su tren partiría desde el otro lado del andén, yo también abandoné el coche para ayudarle a bajar las escaleras del paso subterráneo. Justo cuando empezábamos a descender, los altavoces anunciaron la salida de su tren.
El ciego empezó a correr como un loco. Bajaba los escalones de tres en tres. Pronto, me dejó atrás. Pensé que se mataría. Cuando subía las otras escaleras, se le cayó la bufanda y, antes de que yo llegara, el tipo dio media vuela, se quitó las gafas, se fue hacia la bufanda sin titubear, la recogió del suelo y salió disparado escaleras arriba.
Yo me quedé allí, helado, parado durante varios minutos en mitad del subterráneo, sintiéndome el mayor pendejo del mundo, sin saber qué pensar ni poder entender las razones que tiene una persona para hacerse el ciego durante días.


El ciego empezó a correr como un loco. Bajaba los escalones de tres en tres.

Regresé por fin al coche y allí entendí el enigma: además de comer y beber a mi costa, también se ahorró el precio del viaje porque mi amiga tampoco le había cobrado su parte para la gasolina: le había dado pena recoger el dinero de la escasa pensión de un pobre muchacho invidente. ¡Bastante tenía con vivir en la oscuridad, el pobrecito! Probablemente, el fabricante de orgones tuvo que olerse algo parecido y puso pies en polvorosa.
De sobra sé que Reich no es culpable de este engaño, sin embargo nunca más su obra, incluyendo su vistoso análisis de los caracteres, ha gozado de mis enteras simpatías.
Lo que me resucitó todos estos extravagantes recuerdos fueron los siguientes párrafos del séptimo capítulo de En el camino:

“De pronto se sintió cansado y entró en la casa desapareciendo en el cuarto de baño para su fije antes de la comida. Volvió con los ojos vidriosos y muy tranquilo, y se sentó bajo la lámpara encendida. La luz del sol se colaba débilmente por las rendijas de la persiana.
–Oídme, ¿por qué no probáis mi acumulador de orgones? Dará sustancia a vuestros huesos. Cuando salgo de él siempre corro al coche y me lanzo a ciento cincuenta por hora a la casa de putas más cercana. ¡Jo, jo, jo! –Era su risa de cuando no se reía de verdad.
El acumulador de orgones es una caja normal y corriente lo bastante grande como para que un hombre se siente en una silla dentro de ella: una capa de madera, una capa de metal, y otra capa de madera recogen los orgones de la atmósfera y los mantienen cautivos el tiempo suficiente para que el cuerpo humano absorba más de la dosis usual. Según Reich, los orgones son átomos vibratorios de la atmósfera que contienen el principio vital. La gente tiene cáncer porque se queda sin orgones. Bull pensaba que su acumulador de orgones mejoraría si la madera utilizada era lo más orgánica posible, así que ataba hojas y ramitas de los matorrales del delta a su mística caja. Estaba allí, en el caluroso y desnudo patio: era una absurda máquina disparatada cubierta de hojas y de mecanismos de maniático. Bull se desnudó y se metió en ella, sentándose a contemplar el ombligo.”

Si no fuera tan mal pensado, yo debería haberme preguntado si mi ciego recobró la vista debido a alguna misteriosa conjunción entre el cuatro latas y la misteriosa máquina que le había construido y sustraído el ingeniero berlinés. Tal vez influyera la humedad, quién sabe.

Si no fuera tan mal pensado, yo debería haberme preguntado si mi ciego recobró la vista debido a alguna misteriosa conjunción entre el cuatro latas y la misteriosa máquina que le había construido y sustraído el ingeniero berlinés. Tal vez influyera la humedad, quién sabe.

POSTDATA


On the Road se tradujo al español dos años después de su publicación en los Estados Unidos, con el título de En el camino. La primera edición española se hizo en Argentina, en 1959. En Alemania se tituló Unterwegs y en Holanda, Op Weg. Otras traducciones de sus título son Sur la route, en francés; Sulla strada, en italiano; Pela estrada fora, en portugués; A la carretera, en catalán; etc.
En 1975, apareció en España una versión en cómic llamada En la carretera, editada por Star Books.
En este mismo año (2009), Anagrama ha publicado bajo el título En la carretera. El rollo mecanografiado original la traducción de On the road. The original scroll, editada por la editorial Viking a partir del manuscrito original de Kerouac, con los nombres reales de los personajes que intervienen en los viajes descritos, sin las censuras que se habían practicado en algunas escenas homosexuales o en la suprimida escena del mono sodomita. Igualmente, esta edición pseudofacsimilar parece que respeta la puntuación original del autor, que no tenía puntos-aparte ni demasiadas comas. Todavía no he recorrido este libro que merece, al menos, una lectura cuidadosa.
Como se aprecia en la foto, Kerouac escribió su novela en un largo rollo de papel, en alusión a la Ruta 66. Lo hizo en sólo tres semanas, con la única ayuda de una vieja máquina de escribir Underwood, una cafetera y la calidez de su segunda esposa.

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* Kerouac, Jack: En el camino. RBA. Barcelona. 1995 (original: 1955 y 1957). Página 175.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Aprenda a destruir bosques submarinos en diez días. Método garantizado

Bosque de sebas (Cymodocea nodosa) o sebadal.

Cuando se quema un trozo de bosque en cualquier lugar de la superficie del planeta a todos se nos encoge el corazón. Incluso, como decía Jaume Perich, cuando el bosque quemado es propiedad del señor conde. Sucede con demasiada frecuencia que perdemos enormes extensiones boscosas por accidente, desidia, locura o intereses comerciales. Y, como es natural, clamamos, durante dos o tres días, para que los responsables vayan a parar a prisión.Sin embargo, a casi nadie parece preocupar que cada año sean arrasadas por completo superficies inmensas de bosques submarinos. Bosques que son, al menos, tan importantes como los que pueblan nuestras montañas. Imprescindibles para la supervivencia medioambiental del planeta, aunque se hallen fuera del área de visión de la mayor parte de los seres humanos que, por razones obvias, somos poco dados pasear por los fondos del océano.

Por otra parte, la denominación de estas selvas acuáticas parece realizada a propósito para que su destrucción pase desapercibida. Por ejemplo, suele hablarse de sebadales, lo cual suena a la mayoría como cebadales o cultivos de cebada. Pero un sebadal es un bosque de sebas (Cymodocea nodosa), una planta acuática de enorme importancia para conservar el equilibrio biológico en el medio ambiente marino.

Les invito a comprobar cómo se arrasa legalmente uno de estos bosques, aun cuando lo prohíba la legislación, en este caso, de Canarias. Un informe sesgado sobre un bosque submarino de sebas, en Lanzarote, logró que se pudiera construir un puerto deportivo en uno de los parajes naturales más bellos del planeta: Berrugo. El mismo lugar, sí, que es el epicentro de mi documental Lanzarote, la isla estrellada.

Este bosque de sebas o sebadal fue arrasado. La playa que estaba a su lado, borrada del territorio. Se generó un intenso debate en la sociedad lanzaroteña. La prestigiosa Fundación César Marique puso el grito en el cielo y llegó a encargar un estudio sobre el impacto del puerto deportivo sobre el bosque submarino de Berrugo. En su Memoria 2001, esta Fundación dejó constancia de sus acciones, que en la actualidad adquieren gran relevancia, teniendo en cuenta que el mismo debate se realiza hoy en Tenerife, con un gran puerto en el sur de la isla.


Coral en un bosque de sebas.

El ejemplo puede servir también para las costas mediterráneas y caribeñas, entre otras zonas muy afectadas por la construcción de puertos casi siempre innecesarios que arruinan las costas y la vida que existe en torno a ellas. A continuación, cito textualmente la parte del mencionado informe que corresponde a Berrugo:

“La Fundación César Manrique encargó un informe técnico a Jesús M. Falcón Toledo, licenciado en biología marina, para evaluar los valores naturales de la costa de Berrugo y su grado de afección por las obras del Puerto Deportivo de Berrugo. En el mismo, se prestaba especial atención a las comunidades de flora y fauna susceptibles de desaparecer o verse alteradas por las obras, como es el caso de las praderas de Cymodocea nodosa (sebadales). De este modo, se aportaba nueva documentación alternativa al debate que la construcción del puerto estaba originando en la sociedad lanzaroteño.
Entre las conclusiones reseñadas en el informe hay que destacar: la desaparición de la zona intermareal rocosa, sepultada por las obras de la construcción del puerto deportivo Marina del Rubicón; la confirmación de la existencia de sebadales de Cymodocea en el sector donde se practican las obras del puerto deportivo; la posibilidad de que los nuevos diques se comporten como un arrecife artificial, donde el efecto de atracción predominaría sobre el de producción de nueva biomasa y la recomendación de no verter materiales finos. Por último, recogiendo las propuestas del estudio, se recomienda a las autoridades competentes la revisión de las propuestas de protección de hábitats, incluyendo los sebadales de esta zona de Lanzarote, si así lo aconsejan los estudios pertinentes, como Lugar de Interés Comunitario (LIC), formando parte de la Red Natura 2000.
El día 29 de enero se expusieron públicamente los resultados de los dictámenes técnicos que la FCM había encargado a un comité de expertos sobre los diversos informes de carácter medioambiental relacionados con el patrimonio natural de Berrugo y su posible afección por las obras de construcción del proyecto Puerto Deportivo Marina Rubicón, que habían sido encarga dos tanto por los promotores como por asociaciones ambientalistas.
La construcción del puerto deportivo Marina Rubicón en la costa de Berrugo, Playa Blanca, y la posible afección de los valores naturales de la zona –sobre el litoral y el ecosistema marino de su entorno–, generaron inquietud social y controversia pública. Los potenciales efectos negativos que la construcción podría tener sobre el patrimonio natural del lugar, dio origen a distintos documentos e informes de carácter ambiental, que se incorporaron al debate social y al contencioso jurídico.
La FCM consideró relevante la discusión centrada en torno a Berrugo por varias razones: por el modelo agresivo de actuación y ocupación del dominio público en un área sensible de inequívocos valores naturales y patrimoniales; por su significación simbólica y estratégica en el marco del actual debate entorno al control del crecimiento y a la cualificación de las intervenciones en el territorio; y, por último, por la necesidad de que las actuaciones en materia turística y urbanística cumplan y respeten la normativa legal y los condicionantes ambientales a que están sujetas.
Para fundamentar y cualificar su posición al respecto y con la intención de aportar más elementos de juicio y mayor claridad al debate, la FCM encargó a un comité de expertos la redacción de dictámenes individuales centrados en el análisis y la valoración científica de cada uno de los documentos e informes realizados.
En otros términos, la FCM auditó la documentación técnica de carácter ambiental producida en torno al “caso Berrugo”, incluido su propio informe.
Los informes enviados a los cinco expertos en biología marina, para que procediesen a su valoración científica, fueron: Informe Técnico del “Sebadal” afectado por el proyecto “Puerto Deportivo Marina Rubicón”, del que es autor Antonio Sotillo Burunat.
Informe del Catedrático de Ecología de la Universidad de Las Palmas Ángel Luque, encargado por los promotores del Puerto deportivo “Marina Rubicón”, en el que había colaborado Lidia Medina Falcón.
Informe de la afección al medio de las obras realizadas en la construcción del Puerto Deportivo “Marina Rubicón”, en la costa del término municipal de Yaiza, Lanzarote, de los mismos dos autores antes citados.
Efectos de la construcción de la “Marina del Rubicón” sobre las praderas de Cymodocea nodosa (“Sebadales”) del sur de Lanzarote , del que son autores: Ricardo Haroun Tabraue, Pablo Sánchez Jerez y Arturo Boyra López, encargado por WWF/Adena Canarias.
Valoración de las comunidades marinas con especial atención a las praderas de Cymodocea nodosa en las inmediaciones de la costa del Berrugo (sur de Lanzarote), del que es autor: Jesús Manuel Falcón Toledo, encargado por la FCM.
El Estudio de Impacto Ambiental del proyecto del Puerto Deportivo realizado por Joaquín Soriano Benítez de Lugo. La categoría de evaluación aplicada fue la de Evaluación de Impacto Ambiental y el resultado se analizó como poco significativo.
Por su parte, la Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias (COTMAC), en su reunión de los días 8 y 9 de junio de 1999, realizó una Declaración de Impacto Ecológico condicionada y vinculante (con 14 condicionantes que los promotores deberían cumplir al realizar las obras).
Los biólogos marinos, en sus conclusiones respecto a los diferentes estudios, disentían expresamente de la consideración de impacto ambiental poco significativo deducido por Joaquín Soriano Benítez de Lugo.
En primer lugar, disentían de la precariedad atribuida a los sebadales, asegurando que su periodicidad anual es fruto de la regeneración natural de la flora litoral y certificado de su renovación y pujanza.
En segundo término, discutían los argumentos e instrumentos de análisis ofrecidos en los informes solicitados por la empresa, particularmente los elaborados por Ángel Luque, que tendían a infravalorar la riqueza y especiales circunstancias de los sebadales en formación o crecimiento. Se subrayaba, además, la insuficiencia investigadora en estos estudios y se llamaba la atención sobre la falta de legislación precisa que haría muy difícil la conservación de los sebadales. Por otro lado, se valoraban muy positivamente los informes de Haroun, Sánchez y Boyra y de Falcón, en los cuales se coincidía en que, según los análisis y conclusiones, la destrucción de los sebadales ya se había iniciado.”*

El final ya lo sabemos: se construyó el puerto deportivo, desapareció la playa y los naturales del lugar, ultrajados, vieron cómo perdían el derecho a sus propiedades a cambio de nada. Debería darnos vergüenza cuando dejamos que sucedan estas cosas.


(*) Fundación César Manrique, Departamento de Medio Ambiente, en la revista: Informe 2001, Sevicio de Publicaciones de la FCM, Lanzarote, 2002. Páginas: 71-74.